Ilustración Canva
Por Sacerdote Alberto Reyes
Apr 28, 2024 | 5:22 PM
Adhiriéndose al Año de la Oración propuesto por el Papa Francisco, los obispos cubanos han pedido que en todas las comunidades cubanas se rece pidiendo a Dios por la situación del país, y la Iglesia se ha ofrecido como "un espacio de diálogo, un lugar de encuentro, para que todas las diferentes posiciones puedan encontrar soluciones concretas que la gente necesita”.
Un diálogo nacional en Cuba no será fácil, porque su objetivo es lograr un acuerdo mutuo que saque al país de la inmovilidad y, para esto, es necesario escucharse, considerar la postura del otro, y estar dispuestos a llegar a un consenso que, en mayor o menor grado, incluirá una cuota de renuncias.
Por eso, un diálogo necesita partir de la verdad, de la situación real que enfrentamos, porque si no se reconocen los problemas que necesitan soluciones, el diálogo muere antes de nacer.
Hay una fábula que habla de un hombre que vivía en una habitación oscura. Dicen que un día hubo un relámpago, y a la luz de ese relámpago, el hombre notó que en su habitación había objetos: había una cama, una mesa, un armario… Animado por la luz del relámpago encendió un fósforo, y descubrió que había objetos más pequeños: una silla, libros, platos… Animado por la luz del fósforo decidió encender un bombillo, y descubrió que en su habitación había polvo, telarañas, suciedad…
La luz, la verdad, siempre tiene una parte dolorosa, porque muestra los errores, lo que está mal, lo que no funciona, lo fallido… y aceptar esto, duele.
¿Qué puede hacer nuestro hombre de la habitación oscura ante lo que le ha revelado la luz? Puede elegir las tinieblas, apagar el bombillo y fingir que todo está bien, sabiendo que la inmundicia seguirá creciendo; o puede empezar a limpiar, puede empezar a humanizar su espacio.
No sabemos si habrá diálogo, no sabemos si la propuesta de los obispos será acogida, y los que nos definimos como “hombres y mujeres de a pie” no tenemos en nuestras manos el poder para que esto ocurra, pero sí tenemos la capacidad para promover el diálogo a nuestro nivel, para decir la verdad allí donde estemos, para proponer un debate en los ambientes en que nos encontremos, para llamar por su nombre al polvo, a las telarañas y a la suciedad y buscar soluciones que “humanicen nuestro espacio”.
Los hombres y mujeres de a pie podemos además hablar con nuestras decisiones, participando y apoyando todo lo que promueva el cambio que necesitamos y queremos, y teniendo el coraje de no participar en lo que sostenga y promueva el sistema que nos traba la existencia y que queremos cambiar.
Hay una frase de Platón que dice: “Podemos perdonar fácilmente a un niño que tiene miedo a la oscuridad; la verdadera tragedia de la vida es cuando los hombres tienen miedo de la luz”.
Y la luz da miedo, pero es preferible caminar con miedo hacia la luz que vivir eternamente en el miedo que producen las tinieblas.