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Cuba Sabe, sin pan ni casabe

Hambre en Cuba. Foto: Cubanet

Por Ernesto Pérez Chang

Jan 12, 2023 | 10:20 AM


No hay pan, ni siquiera el patrimonial casabe, pero el régimen cubano se atreve por estos días con una nueva edición del controvertido festival culinario Cuba Sabe, evento que, desde la Agencia de Turismo Cultural Paradiso, es coordinado por Lis Cuesta Peraza, esposa del actual gobernante, Miguel Díaz-Canel.

Auspiciado principalmente por los ministerios de Turismo y Cultura, además de la Embajada de China en La Habana (país al que está dedicada la presente edición) y la cadena hotelera Iberostar, el nuevo episodio que repite por sede principal el Hotel Grand Packard tendrá sus actividades, talleres, conferencias y banquetes entre los días 12 y 14 de enero.

El anuncio fue ampliamente divulgado en algunos de los medios de prensa afines al régimen cubano, sin embargo, se ha tenido cierta moderación en hablar del tema en la radio y televisión nacionales, así como en los principales diarios oficiales, quizás para evitar arrojar más leña a un fuego donde no es precisamente comida en abundancia lo que se cuece sino mucho malestar y rechazo popular hacia una gestión económica que, durante décadas, solo ha generado hambre, desabastecimiento general y, por tanto, la extinción de prácticamente la totalidad de las tradiciones culinarias de la Isla.

Al nivel de la calle, por la casi nula información que trasciende, muy poco se comenta sobre tal paradoja (la de financiar un evento para hablar de sabores, comidas y tradiciones culinarias donde estos escasean), pero los que han estado inmersos o al tanto de la celebración, entre ellos los propios trabajadores de las instalaciones turísticas involucradas, no dejan de calificar de burla lo que sin dudas lo es, más cuando uno de los puntos flacos del turismo cubano, quizás entre los primeros en una lista que cada día se hace más extensa, es precisamente la mala calidad de la gastronomía, así como la poca variedad de platos autóctonos e internacionales que se sirven incluso en hoteles “de lujo” como el propio Grand Packard.

Y como prueba suficiente, para quienes nada conocen de la realidad cubana, estarían los numerosos comentarios negativos dejados por huéspedes y turistas, tanto nacionales como extranjeros, en sitios como TripAdvisor, pero aquellos que desean ahorrarse el tiempo de investigación y han tenido la experiencia del “mal sabor de boca”, solo necesitarán revisar la memoria de su propio paladar a su paso por cualquiera de los restaurantes, cafeterías y bares de Cuba, en especial los estatales, para concluir que Cuba Sabe 2023 es, más allá de un evento pretencioso, otra tomadura de pelo de un Gobierno al que solo le queda como recurso de salvación el extender la cortina de humo para camuflar todo aquello que no marcha nada bien.

Porque de eso —de simulación, de engañifa promocional— es lo que va este Cuba Sabe, en un contexto político-económico donde reinan a perpetuidad los sinsabores, más cuando se trata de un país donde la población está obligada a pelear en infernales colas por la comida escasa y racionada, mientras se privilegia a una élite asociada al poder, usándose así el acceso a los alimentos como evidente método de control político-social. Y no hay mejor evidencia sobre tal afirmación que la marcada diferencia entre flacos y barrigones, entre gente de a pie famélica y mandamases sobrealimentados. 

Cuba Sabe pudiera ser como la vajilla de lujo en la vitrina del pobre avergonzado y presuntuoso, en tanto vacía y polvorienta sirve solo como adorno para las fotos. Pero mucho más da la impresión de ser truco de feria, de ilusionismo y estafa para turistas ignorantes de lo que realmente ha sucedido con la gastronomía cubana en estas casi siete décadas más de prohibiciones absurdas que de escasez, en tanto la mesa del cubano fue vaciada (más bien saqueada) por ese aluvión de políticas en las que el placer y la abundancia fueron calificados por los comunistas como “vicios del capitalismo” y, en consecuencia, castigados como sinónimos de  “burgués”.

En realidad, la historia de nuestra cocina nacional ha sido una verdadera sucesión de políticas malintencionadas, demenciales, fracasadas, anticulturales y, en tal sentido, una historia de tragedias a perpetuidad, incluida entre ellas quizás como una de las más lamentables, la desaparición de las tradiciones culinarias de los chino-cubanos, en buena medida como efecto de las expropiaciones de los negocios privados que hacían tan peculiar y pintoresca a esta comunidad.

Ahí está el fantasma de lo que fuera el Barrio Chino antes de 1959 para constatación de la magnitud del desastre, y como una prueba más de cuantas hipocresía y perversidad hay en dedicar Cuba Sabe a una cocina que fue condenada a la extinción. 

Hoy en el llamado Cuchillo de Zanja se hace bien difícil degustar un simple rollito de primavera o cualquiera de las frituras, verduras, pescados, mariscos y helados que hace más de medio siglo atrás distinguieron los puestos y fondas de chinos en todas las ciudades cubanas. 

Igual ha sucedido con cada capítulo distintivo de la gastronomía nuestra lo indígena, lo español, lo africano, que ha acabado en esta actualidad miserable donde no solo nos venden “pollo por pescado” sino que nos condenan a beber polvo de chícharos tostados por café, así como a engullir raras elaboraciones que solo en virtud de la costumbre nos arriesgamos a llamar “picadillo”, “croquetas” o “mortadella” cuando en verdad parecen cualquier cosa menos alimentos para seres humanos.

En estos más de 60 años, obligados a llenar el estómago con lo que aparezca, sin reparar demasiado en sabores y gustos personales, en tradiciones y raíces, los cubanos hemos perdido la noción de lo que es comer por verdadero placer, e incluso la de alimentarnos de manera saludable, y como un acto de elección. 

Comer en Cuba es un verdadero calvario y la Isla toda sabe y huele a puros actos de supervivencia. Desde precios que ni en la cafetería más humilde están al alcance del mejor de los salarios estatales hasta la política discriminatoria que solapadamente han retomado algunos establecimientos para el turismo extranjero donde el cliente cubano es rechazado porque, al parecer, tanto él como su bolsillo cargado de pesos cubanos restan “categoría” al ambiente. 

Pero más allá del hotel de lujo donde quizás el tufo de la mala comida se disimule con fuertes dosis de ambientador, los olores rancios nos envuelven en los lugares donde “mejor” se come en La Habana, así como la carne en mal estado jamás termina en la basura sino en el pan con croquetas o el arroz amarillo que tan “amablemente” nos regala el vecino o nos sugiere el chef mientras el camarero, entre susurros, nos cuenta de cosas peores, como de gente que ha comido gatos y tiñosas, ya a conciencia o bajo engaño.

Si Cuba, tan solo en cuestiones de gastronomía, sabe y huele a algo en especial, no es a otra cosa que a esos atropellos que sufrimos a diario, más allá del “apartheid turístico”, tanto nacionales como extranjeros, y son el pésimo servicio, las malas elaboraciones y la inestabilidad de las ofertas, inclusive allí donde informa el noticiero que “marchan bien” las cosas.

Obligado a alimentarse mal, con el hambre casi como una marca en los genes, el cubano, por el contrario de lo que dicen algunos, no está obsesionado con la comida, sino desesperado por el hambre, y en el mejor de los casos angustiado por haber pasado días, meses, años sin la posibilidad de elegir libremente alguna vez su bocado. De modo que la Isla nos sabe mal, es decir, muy lejos de lo que debe saber Cuba, desde los salones del hotel Packard, en la boca de Lis Cuesta Peraza. 

Hoy Cuba no tiene pan ni casabe. Cuba sin carne de cerdo en nuestras mesas, sin yuca y maíz, sin pescados y mariscos, sin el vasito de leche y sin el café de la mañana, sin la memoria y el legado de lo que alguna vez fuera nuestra cocina, sabe a ausencia.   

 

Publicado originalmente en el diario Cubanet

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