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A propósito del Viernes Santo. (Evangelio: Juan 18, 1-19, 42)

Ilustración Canva

Por el Sacerdote Alberto reyes

Apr 8, 2023 | 9:37 AM


Uno de los modos de aprender es por asociación: unimos unas frases a otras y las repetimos, de modo tal que nada más decir las primeras palabras, todo lo demás va llegando, en su debido orden. Es lo que nos sucede cuando empezamos a rezar diciendo: "Padre nuestro..."

Los hebreos hacían este ejercicio con los salmos, y repitiéndolos una y otra vez, asociaban frase tras frase hasta aprendérselo, de modo tal que, según las circunstancias que vivían, les brotaba de su interior un salmo u otro.

A Jesús, en la cruz, le brota espontáneamente un salmo: el salmo 22, que empieza diciendo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?... te llamo de día y no respondes".

Luego, como acostumbraban hacer los hebreos, el salmo mira al pasado, hace "anamnesis", recuerda situaciones similares y dice: "en ti confiaban nuestros padres... y los ponías a salvo; a ti gritaban y quedaban libres, en ti confiaban y no los defraudabas".

Y vuelve entonces al presente: "pero yo soy un gusano, no un hombre... al verme se burlan de mí" y dicen: "acudió al Señor, que lo ponga a salvo, que lo libre si tanto lo quiere".

Sin embargo, nada de esto lo hace perder la fe porque "desde el vientre materno tú eres mi Dios". Por eso pide: "no te quedes lejos, que el peligro está cerca y nadie me socorre", y necesito tu auxilio porque "estoy derramado como agua, tengo los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas; tengo la garganta seca como una teja, la lengua se me pega al paladar".

Por eso, "no te quedes lejos, fuerza mía, apresúrate en socorrerme". Y cuando eso ocurra "contaré tu fama a mis hermanos, en plena asamblea te alabaré", porque aquel a quien clamo "no ha sentido desprecio ni repugnancia de la desgracia de un desgraciado, no le ha escondido el rostro; cuando pidió auxilio, le escuchó".

No es un salmo de desesperanza sino todo lo contrario: es la oración de alguien que pone su confianza absoluta en Dios, a quien considera su fuerza y su esperanza.

No es tampoco el salmo de un improvisado, sino de alguien que ha trabajado profundamente su intimidad con Dios. Por eso, aunque humanamente no existen ni esperanzas ni horizontes, la fe logra sostenerlo.

Es cierto que, por mucha fe que se tenga, las cruces necesitan un tiempo para "asentar el golpe", para respirar profundo y calcular la batalla que la vida nos presenta, a veces de modo repentino e inesperado. Pero luego de ese "primer momento", viene la gran diferencia entre maldecir la cruz y lo que la provoca, y hundirse en el dolor y la amargura, o creer, desde lo más profundo, que Dios no permite sufrimientos inútiles, que Dios sólo deja al sufrimiento tocar a nuestra puerta cuando nos trae una bendición, que Dios no permite la muerte sin la resurrección.

Y desde esa certeza, levantarse, caminar, buscar, hasta encontrar la luz, tantas veces escondida en medio de la noche.

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