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A propósito del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Evangelio: Mateo 22, 15-21

Ilustración (Facebook - Sacerdote Alberto Reyes)

Por Sacerdote Alberto Reyes

Oct 23, 2023 | 11:07 AM


Todo dueño tiene derecho a su propiedad. Ante la pregunta tramposa de los fariseos y herodianos, Jesús establece un principio de restitución. La moneda debe ser restituida al César, porque en ella está impresa la imagen de su dueño. Y a Dios debe ser restituido aquel en el cual está impreso el rostro de Dios: la persona.

Sólo los humanos somos imagen y semejanza de Dios. Dar a Dios lo que es de Dios no es otra cosa que aprender a vivir el día a día expresando con nuestra existencia lo que somos, porque el ser humano pertenece a Dios, no al poder, no al dinero, no al mundo de lo material. Usamos lo material, lo necesitamos de hecho, pero no estamos pensados para pertenecer a lo material. La función de lo material es instrumental, es plataforma para construir nuestra existencia en torno a la relación con Dios y el ejercicio del bien, tanto a nosotros mismos como a los demás.

Ser “imagen y semejanza de Dios” significa que Dios puso en nosotros todo lo que él es: amor, bondad, misericordia, felicidad, paz… Si una persona dice que es el mejor cocinero del mundo, ¿cómo puede probarlo? Cocinando. Si yo asumo mi identidad de imagen y semejanza de Dios, ¿cómo puedo probarlo?, ¿cómo puedo expresarlo? Mostrando con mis actos mi identidad: amando, ayudando, perdonando, pacificando… Y esto es dar a Dios lo que es de Dios.

Cuando mi vida no va en la dirección de aquello que Dios ha sembrado intrínsecamente en mí y se centra en lo que está pensado como un instrumento, o cuando se prefiere seguir las voces del mal, estoy entregando mi vida al “César”, es decir, estoy intentando reconfigurar mi vida según la imagen del mundo. Se entra así en lo que llamamos una vida “pagana”, que significa la adoración de dioses falsos.

En realidad, todo acto, toda decisión, implica una entrega de mí mismo, de mi tiempo, de mis energías, de mis capacidades, y esa entrega cotidiana orienta continuamente el sentido de mi vida, hacia los “Césares” que elijo o hacia Dios.

Repito, el mundo del César, hecho de dinero, de poder, de bienes, de prestigio… no es un mundo demoníaco en sí que hay que aborrecer y destruir. La vida humana no puede prescindir de su soporte material. Otra cosa es cuando hacemos del César nuestro Dios y Señor, cuando los dictados del César son los que centran y regulan nuestra vida. El problema es cuando elegimos “pertenecer” al César y darle a él lo que toca darle a Dios.

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