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Anclado en el cerebro de los cubanos el despegue de la agricultura en la Isla

Foto de Ricardo IV Tamayo en Unsplash

Por el periodista ciudadano Leinier Álvarez García

May 15, 2024 | 2:00 PM


Entre todos los fantasmas que acosan a la agricultura cubana, que no son pocos, hay uno que sobresale sobre el resto por su estatura: el mismo hombre encargado de hacer producir la tierra. La inmensa mayoría de los cubanos no quieren saber del campo. Esto, amén de todo el descalabro institucional, de carácter macro, proveniente del poder socialista. Pero, cómo se ha llegado a esta situación si antes del año 1959 era todo lo contrario: Cuba no solo era capaz de autoabastecerse, sino que exportaba importantes volúmenes de alimentos. Ampliemos en contexto actual y las condicionantes que han llevado a dicho descalabro. Tan solo mencionar que el campesino no tiene libertad para producir lo que se le venga en gana, debido al hostigamiento del régimen, aunque influye no determina y sería irnos por las ramas. En la actualidad, produciendo cualquier cosa se hace mucho dinero como consecuencia de la hambruna reinante. Mencionar otras cuestiones como la falta de combustibles, semillas o fertilizantes, también es de peso, pero no concluyente. Sin negar los avances de la modernidad, en otros tiempos la tracción animal y el deseo de prosperar marcaban el campo cubano. La desolación de la tierra fértil de la isla, extensiones a discreción de verdor, que emulan con el desierto del Sahara, no lo justifica la ausencia de un tractor o cosechadora. Tampoco el latrocinio permisible de las autoridades de lo poco que siembran los guajiros. En muchos sitios la poca gente que aún cultiva se organizan para montar guardia, incluso con escopetas.

Ejemplos de la fertilidad de la tierra cubana hay cuantiosos. Un vecino de la periferia de la ciudad que en un pedacito de tierra ociosa, previa contratación de una yunta de bueyes, en alrededor de tres meses obtuvo una cosecha de boniato, cultivo de ciclo corto que le reportó algo menos de medio millón de pesos.

Sin embargo, la experiencia anterior no prendió en el barrio; existiendo más tierras disponibles, hambre, miseria de todo tipo y una tierra bendita, el resto de las personas se preocupó más por hacerse de los boniatos del hombre para revenderlos que por sembrar otro pedazo de campo para tener su propia cosecha.

El problema primario radica en el cerebro, en la mala educación inculcada por la dictadura a los cubanos; y del cuento no se puede vivir, hay que doblar el lomo. Tan solo por un requerimiento de esencia del ser humano, trabajar para beneficio propio y para la contribución social es elemental.

A qué ha conducido esto. A lo que tenemos: pensamiento mayoritario alejado del sacrificio personal. Hoy en la Isla existen dos tendencias conductuales: vivir del invento (de la reventa, de lo fácil) o escapar del país; para cuando se brinque el charco encontrarse que en este mundo hay que trabajar.

Entonces, los cubanos tienen que empezar de nuevo. Otra vez, hay que aprender a vivir. En esto consiste el presente del maleficio del campo cubano, en la mala educación del régimen. Pese a ser una tierra bendecida por el Señor, el despegue de la agricultura en la Isla se encuentra anclado en el cerebro de la gente.


Publicado originalmente en la edición 215 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, El Majadero de Artemisa

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