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El informe secreto de Jrushchov y el fin del culto a Stalin

Luis Cino

Feb 25, 2021 | 6:55 AM


Por Luis Cino

El 24 de febrero de 1956, en una sesión a puerta cerrada para los delegados del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el Primer Secretario Nikita Jrushchov dio lectura durante casi cuatro horas al informe sobre los crímenes de Stalin.

Aquel documento solo daba cuenta de los crímenes contra los comunistas durante las purgas en el Partido y el Ejército Rojo entre 1937 y 1938, en las que hubo 690 000 víctimas.

Quedaron fuera del informe las víctimas no comunistas, que fueron muchísimas más durante los 29 años que duró el régimen de terror de Stalin. Nada se dijo de los seis millones de ucranianos muertos de hambre durante la colectivización forzada (1932-1933); de las decenas de miles de zeks que murieron en los gulags; de los deportados a Siberia; de los polacos, lituanos, alemanes del Volga, tártaros de Crimea, ingushes y chechenos desplazados de sus tierras.

En el XX Congreso no se habló sobre aquellos crímenes de lesa humanidad, que nada tuvieron que envidiar a los de los nazis. No fue hasta cinco años después, en 1961, durante el XXII Congreso del PCUS, que Nikita Jrushchov se referiría al total de las víctimas del estalinismo, y no solo a los comunistas purgados.

Jrushchov propuso erigirles un monumento a las víctimas de Stalin, pero nunca se llegó a construir.

Con su informe al XX Congreso del PCUS ─lleno de hipócritas eufemismos tales como “errores” y “abusos” para referirse al exterminio de millones de personas─ Jrushchov se propuso ─y en buena medida consiguió─ disculpar al sistema comunista al circunscribir solo al régimen de Stalin la política criminal que había estado vigente desde el triunfo de la revolución bolchevique en 1917.

El informe le sirvió a Jrushchov para desembarazarse del clan de estalinistas que obstaculizaban las reformas del llamado “deshielo” o desestalinización. Poco más de un año después, todos ellos habían sido apartados de sus funciones en el Partido Comunista y el gobierno. Todos menos uno: el propio Jrushchov, que había sido primer secretario del Partido Comunista en Ucrania en los años 30, cuando los fusilamientos y las deportaciones forzadas estaban en su apogeo.

Años después, en sus memorias, un arrepentido Jrushchov –pero solo de los crímenes contra los comunistas─ escribiría: “Aquellos que fueron fusilados por centenares de miles permanecerán sobre nuestras conciencias (…) Ahora sabemos que las víctimas de la represión eran inocentes. Tenemos la prueba irrefutable de que, lejos de ser enemigos del pueblo, eran hombres y mujeres dedicados al partido, a la revolución, a la causa leninista de la edificación del socialismo y el comunismo (…) ¿Cómo pretender que no sabíamos lo que sucedió? Sabemos lo que era el reinado de la represión y de la arbitrariedad en el partido y debíamos decir al congreso lo que sabíamos (…) En la vida de cualquiera que ha cometido un crimen, llega un momento en que la confesión le asegura la indulgencia, si es que no la absolución…”.

¡Conmovedor alegato el de este Poncio Pilatos comunista!

El informe al XX Congreso del PCUS posibilitó que el mundo comprendiera, por boca del nuevo jerarca del Kremlin, que no eran “infundios de la prensa burguesa de Occidente” las atrocidades que se contaban de la Unión Soviética.

El informe de Jrushchov y, unos meses después, en noviembre de 1956, la intervención soviética que ahogó en sangre la rebelión en Hungría marcaron un punto de inflexión en la historia del comunismo.

Es triste que hoy muchas personas en el mundo todavía se nieguen a reconocer la naturaleza intrínsecamente criminal del comunismo, un sistema que no solo produjo a Lenin y Stalin, sino también a Mao, Pol Pot, la dinastía de los Kim y muchos otros sicópatas similares.

 

Cortesía de Cubanet

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