Ilustración Facebook Padre Alberto Reyes.
Por Sacerdote Albero Reyes
Feb 19, 2023 | 12:46 PM
Hoy el Evangelio habla de actitudes aparentemente muy complicadas, cuando no imposibles: ofrecer la otra mejilla, ceder ante el que te presiona, amar a los enemigos… Necesitamos explicar algunas cosas.
Ningún ser humano tiene poder sobre lo que siente. Hay personas que nada más verlas te iluminan el alma, y hay personas que, nada más pensarlas, te hacen explotar el hígado y te llenan de bilis el torrente sanguíneo. Ni en un caso ni en el otro podemos hacer un cambio a voluntad. Sentimos lo que sentimos, y punto.
Por eso, Cristo no nos está pidiendo “sentir” amor, porque ante algunas personas de nuestra historia, eso puede que sea prácticamente imposible. Cristo nos pide vivir en actitud de amor, elegir las conductas del amor por encima de los deseos que puedan nacer del más legítimo dolor, de la ira, de la decepción…
¿Qué significa “vivir en actitud de amor”? En primer lugar, elegir tratar bien al otro, con independencia de lo que me haya hecho. Siempre puedo tratar al otro con respeto, con educación, con amabilidad.
Lo segundo, renunciar expresamente a todo tipo de venganza, de revancha, de desquite, incluso a esas frases irónicas estratégicamente colocadas en ciertos momentos que de un modo magistral ponen en evidencia al otro, lo humillan, lo ponen en ridículo, frases que son deliciosamente malsanas, pero no evangélicas. Esto es lo que significa “poner la otra mejilla”, dicho de otro modo: “yo no voy a responder a tu mal con otro mal, no voy a hacer lo mismo que tú, no voy a pagarte con la misma moneda, no voy a ser contigo como tú has sido conmigo”.
Y lo tercero, mantenerse disponible para hacer el bien al que nos ha hecho daño. No tengo por qué invitarte a mi fiesta, porque una fiesta no es imprescindible para la vida, pero si necesitas una medicina, si necesitas alimento, o ropa, o información, o colaboración, incluso una transfusión de sangre… aquí estoy, molesto, airado, decepcionado, lo que sea, pero aquí estoy. El Evangelio no me pide invitar a alguien que me ha herido a comer conmigo, pero sí a estar atento a que no se quede sin comer.
Y siempre es bueno aclarar que esto no es hipocresía, porque la hipocresía es un bien con cálculo, es un servicio que mira a una recompensa futura. Amar, en el sentido cristiano, es gratuito, es hacer el bien porque quiero elegir el bien, como hizo el Maestro.
Cristo, ante la traición de Judas, le respondió con dolor: “¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?”, pero no le dijo: “Eres un mal nacido”. Sus discípulos lo abandonaron, pero después de la resurrección los reunió o les encargó la predicación del Evangelio. Pedro, lo negó. Antes de la negación, Jesús le hacía dicho que sería la cabeza del colegio apostólico; después de la negación, Jesús lo confirma en su puesto. Y durante su pasión no deja de escuchar, consolar, interceder, incluso justificar. Nunca deja que su dolor contamine su opción, la opción de vivir eligiendo hacer el bien.
Por eso siempre será posible ofrecer la otra mejilla y amar al enemigo, porque esto no depende de una emoción sino de una decisión: la decisión de no dejar que el mal recibido contamine mi libertad para tender mi mano adolorida o ensangrentada y decirte: “puedes contar conmigo”.