Dr. Oscar Elías Bicet, Presidente de la Fundación Lawton de Derechos Humanos
Jan 15, 2021 | 4:15 AM
Por Dr. Oscar Elías Bicet
No me digas otra cosa, no banalice más la brutalidad de los hechos, que como pudimos observar en los videos, es un crimen que tipifica en la categoría de asesinato. Una ejecución a quemarropa; simplemente, un frio, calculado y cobarde asesinato de la activista prodemocrática Ashli Babbitt. Ella murió durante la protesta de la marcha a Washington, DC (WDC), el 6 de enero de 2021, convocada por el presidente Donald Trump, para condenar las irregularidades y fraude de las elecciones de noviembre 2020, que derivó espontáneamente en el ingreso de una multitud en el Capitolio, sede del Congreso de los Estados Unidos de América.
La joven Ashli, 32 años, era considerada por su familiares y amigos como una gran patriota. Veterana exmilitar que sirvió en el ejercito de la los EEUU, en su Fuerza Aérea durante 14 años y estuvo en operaciones en Afganistán, Irak y Emiratos Árabes Unidos. Su amor patrio le hizo una defensora de la América libre y constitucional y por esos principios entregó su vida. ¡Qué ironía del destino!, combatir en países extranjeros por esos principios libertarios y morir exigiéndolos para su gente en su propio país.
La entrada y permanencia en el Congreso por la muchedumbre, en su gran mayoría no uso la violencia, incluso los que usaron la fuerza de la ira para poder entrar en el Capitolio, no observe en ellos la cólera enajenante de los múltiples y desastrosos motines desencadenados por Antifa y BLM. Esto estuvo muy alejado de las falsas comparaciones, al afirmar en leguaje engañoso que los sucesos de del 6 de enero en el Capitolio eran igualados a la invasión de los británicos a la capital estadounidense y quema del Capitolio, 1814, o la noche de los cristales rotos en Alemania nazi, 1938. Y mucho menos asegurar que estas personas son terroristas.
Breve comentario sobre aquellas realidades históricas
La quema del Capitolio estadounidense. Los ciudadanos entraron en pánico y muchos ya se habían marchado cuando el ejército británico invadió y ocupó la ciudad de Washington, durante la guerra angloamericana (1812-1815). Las tropas británicas deciden quemar los edificios del gobierno y así ocurre con la Casa Blanca, poder ejecutivo, y el Capitolio, poder legislativo. Este último aún estaba en construcción. Las llamas ardieron poderosamente que en la noche se observaban a muchos kilómetros de distancia; ambas edificaciones federales quedaron en ruinas. La mansión ejecutiva la pintaron de blanco y comenzó a llamarse Casa Blanca y el Capitolio lo convirtieron en una majestuosa y bella edificación.
Noche de los cristales rotos, una serie de linchamientos y ataques a la propiedad de judíos en Alemania y Austria, entre ellas más de 1000 sinagogas quemadas, durante los días 9 y 10 de noviembre de 1938. Costó la vida de 91 judíos y 30 000 detenidos y deportados en masa a los campos de concentración. Incitado y dirigido por los nazis, su elite del partido y policiaca, tras la justificación de la muerte en París de su embajador por un judío alemán. Este pogromo es el paso previo del inicio de la Solución Final y del Holocausto judío.
Las realidades históricas descritas en el párrafo anterior ninguna coincide con las protestas pacíficas reciente en WDC. Un aislado y pequeño grupo uso la fuerza para abrir las puertas del Capitolio después de ser invitados por las autoridades custodias del edificio. Muy pocos activistas estaban armados, quizás para defenderse de los maleantes en el camino de sus casas al DC y viceversa. Lo cierto es que las cuatro horas de su estancia en el edificio legislativo ninguno las usó para disparar ni amenazar. El único disparo fue realizado por el custodio oficial a la joven
Ashli Babbitt. Tampoco hubo destrucción de las estatuas ni de las pinturas ni otro valor patrimonial. Las turbas no se comportan así y muchos menos los terroristas.
En realidad, los manifestantes, con sus iras contenidas ante su convencimiento del robo masivo de las elecciones y el desprecio de las instituciones de apoyarse en la ley para legitimación de la injusticia, el ocultamiento de la verdad y no escuchar las demandas mínimas para sentirte ciudadano y parte activa de la nación. Estos oyeron palabras despreciativas y prepotentes de los líderes de Congreso, quienes no aceptarían de ningún modo una comisión mixta de legisladores y juristas para investigar en pocos días tal situación. Tal parece que el Capitolio dejará de ser el símbolo de libertad y se convertirá en el abominable Kremlin bolchevique.
Babbitt y sus acompañantes al Capitolio evocan el ideario de libertad, la decencia y dignidad de patriotas como John Brown, sus hijos y amigos abolicionistas, en su última acción en el arsenal de Harpers Ferry. Sin embargo, Ashil me recuerda más a Henry David Thoreau, cuando aceptó con gusto su encarcelación por enfrentar y no entregar su impuesto a un estado esclavista. Brown y Thoreau fueron figuras polémicas por sus acciones justicieras, que con los tiempos sus posiciones fueron reafirmadas como patrióticas y libertarias. Hoy en el Capitolio y la Casa Blanca son honrados como héroes de la nación.
Por supuesto, lamento la muerte del oficial de la policía, Brian Sicknick, quien cayó en cumplimiento de su deber. También las de los otros ciudadanos que sucumbieron durante las protestas. Estas son situaciones que ocurren cuando se censura la libertad de pensamiento, en especial la libertad de expresión y de hablar.
Aún quedan pendientes los casos enviados por el equipo legal del Presidente y el de Nosotros El Pueblo a la Corte Suprema, espero que actúen con patriotismo y adherido al derecho constitucional y no en los intereses personales; sino presidente Donald J. Trump, será hora de ser lo que es Ud. De los que ha perfeccionado en estos cuatro años, como persona, estadista y héroe. Es hora de ser Trump y liberar la verdad para pasar “De la oscuridad a la luz” y resaltar Ashil Babbitt como un resplandor perenne de libertad y resistencia a las injerencias de las dictaduras globalistas del socialismo y sorosismo en EEUU y evitar el Nuevo Orden Mundial.
Publicado originalmente en La Nueva Nación.