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El adiós a un guerrero de la libertad: el vacío que deja Armando de Armas en nuestras noches de risas, luchas y fe

Armando de Armas dedica el libro Mitos del Antiexilio a su amigo Normando Hernández.

Por Normando Hernández González

Oct 9, 2024 | 1:00 PM


A veces la vida nos arrebata sin previo aviso a aquellos que nos dieron tantas noches de conversación, tantas risas y tantas horas de combate ideológico. Este 7 de octubre, la muerte se llevó a mi amigo, Armando de Armas, y con él se fue un pedazo de esa Cuba que él siempre defendió con pasión y entereza, aunque desde la distancia, en un exilio que lo marcó y que lo convirtió en un guerrero incansable de la verdad y la libertad.

Armando fue, sin duda, un hombre que abrazó sus convicciones con una fuerza que pocas veces se ve en estos tiempos de opiniones vacías y de posturas acomodaticias. Era un hombre de fe, un creyente en Dios, pero también un filólogo, un escritor y un periodista que nunca dudó en enfrentarse a las sombras del totalitarismo y a los demonios del pensamiento débil. Autor de más de una decena de libros, entre las que destacan Naipes en el Espejo, La Tabla, Mitos del Antiexilio y su más reciente, Capitán Caín; Armando dejó una huella imborrable en la literatura y en el pensamiento crítico cubano.

Siempre estuvo a la derecha de las ideas, y no se avergonzaba de ello. Su anticastrismo era una bandera que enarbolaba con orgullo, pero no se limitaba a la crítica al régimen. Cuestionaba también al establishment, al conservadurismo tibio, y señalaba con ironía lo que veía como una alianza perversa entre EE. UU. y Cuba. Sus palabras, como latigazos, dejaban en el aire frases tan contundentes como: "Cuba-USA, un solo pueblo, una sola Seguridad del Estado" o "EE. UU. es el mejor aliado de Cuba en el mundo". Armando no perdonaba, pero tampoco pedía perdón por pensar lo que pensaba.

Amante de las armas, del buen whisky y del vino, disfrutaba de las parrillas en mi casa junto a nuestra querida amiga Lourdes, con quien compartimos tantas noches interminables, conspirando contra el comunismo, arreglando el mundo, y riendo, siempre riendo, porque esa era otra de sus armas: el humor. Podíamos amanecer en esas charlas, navegando entre copas y brasas, mientras Armando disparaba ideas, críticas y reflexiones con la misma pasión con la que defendía sus convicciones más profundas.

Lourdes fue quien me dio la noticia ayer en la noche. Lo supe entonces: Armando, ese hombre corajudo, palero, que se alzaba valiente contra todo y todos, había partido. En abril le habían dado un mes de vida. No lo dijo. No se quejó. Guardó el secreto con la misma entereza con la que enfrentaba las adversidades. Luchó hasta el final, como el hombre que siempre fue, sin lamentos, sin temor, como si la vida fuera una batalla más en la que, aún en la derrota, se mantiene la dignidad intacta.

Hoy lo recuerdo con el humo de aquellas parrillas, el calor de las brasas, el sonido de nuestras risas y el sabor del vino que acompañaba nuestras interminables charlas. Armando se ha ido, pero su espíritu queda, en sus libros, en sus ideas y en esos momentos que compartimos, armados de fe, pasión y convicción.

Descansa en paz, amigo mío. Que Dios, en quien tanto creíste, te reciba con los brazos abiertos. Aquí seguiremos luchando, como tú lo hiciste, hasta el último aliento.

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