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Por el periodista ciudadano Daniel Camejo
Jul 16, 2023 | 11:00 AM
Describir la realidad cubana, medir su cambiante pulso –allá abajo en la tierra, lejos de la cúspide comunista acomodada–, no es tan complejo como pudiera pensarse, por una razón: el afloramiento contaste de mañas, de la clase trabajadora, para burlar al sistema.
La última de estas mañas, se perdió el tiempo; se lo robaron. En el planeta existe una pregunta que deambula de cerebro en cerebro: ¿por qué los cubanos continúan asistiendo a los centros de trabajo si con el salario que perciben apenas se cubren las necesidades básicas de los primeros días de cada mes?
Queda otra cuestión suspendida: tiempos atrás los aguerridos obreros de la hoz y el martillo completaban los recursos monetarios del mes cargando hasta con el último tornillo de la fábrica, pero ahora prácticamente no hay nada que robar. Entonces, por qué van. ¡Rara esta situación!
De firmeza revolucionaria no se trata, pues en la primera oportunidad si los padres no escapan de la isla lo hacen los hijos, en hogares de nuevo tipo donde parece no muy sólida la ideología socialista –la huida por lo general es hacia el país de los malos–.
La explicación es muy sencilla: la gente, la masa trabajadora, roba tiempo. No es nada disparatado. “Aquí en este país el que no tiene nada que robar roba tiempo”, sentencia escuchada en boca de un artemiseño, trabajador sanitario. Fisioterapeutas que llegan temprano están un rato en el sitio de trabajo y luego se pierden tres o cuatro horas para dar servicio –y cobrar– en hogares particulares.
Otros individuos, mecánicos, que desaparecen de los centros de trabajo después de ‘marcar’ –registrarse en la fábrica–, para cumplir y ganarse lo suyo en negocios particulares.
Esto sucede con maestros, albañiles y médicos dueños de autos, que usan a la enfermera asistente, y en plena consulta, para comunicar a los pacientes que esperan fuera del local que la vista se pospone; mientras el galeno se dirige hacia el aeropuerto, para llevar a otro cubano que ha contratado sus servicios como taxista, no como médico. La situación tiene sus ramificaciones, una de ellas, la complicidad con el supervisor inmediato.
Usted no siempre puede ausentarse así de fácil, alguien debe cubrirle las espaldas. Por supuesto, ‘mojando’ –con una cuota de dinero– al encubridor; y puede que hasta sea propuesto para un diploma, en busca de apuntalar la ejemplaridad del estafador de tiempo. Resumiendo, ladrón de tiempo porque las horas ausentes del centro de trabajo nunca se descuentan – teóricamente, nunca se fue–.
Un detalle, luego de 64 años de comunismo en la isla casi la totalidad de los nacionales en edad laboral pudieran clasificar como ‘hombres nuevos’, el gran proyecto ideológico del castrismo. ¿Qué falló? No obstante, queda dos preguntas al final: ¿qué se harán los cubanos cuando se acabe el tiempo, qué se robarán de los centros de trabajo para terminar el mes?
Publicado originalmente en la edición 195 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, El Majadero de Artemisa