Allá en el año 57 del pasado siglo, Herbert L. Matthews, un reportero estadounidense que simpatizó con los comunistas durante la Guerra Civil española llegó a La Habana con la misión de desinformar a su país y al mundo sobre lo que ocurría en Cuba.
Por entonces, los servicios de información de Fulgencio Batista habían hecho creer a los cubanos que Fidel Castro había muerto. Para el Gobierno batistiano era indispensable crear la falsa impresión, o la fake news, de que el problema castrista había sido resuelto en la escaramuza de Alegría de Pío. Escudado en aquella falsa victoria, el ejército constitucional tendría libertad de actuar a su antojo. Ahora sabemos que, de haberse cumplido, el antojo nos hubiera ahorrado seis décadas de penurias.
Pero Matthews era un experto en conflictos ideológicos que contaba, además, con el arma mediática idónea para refutar a Batista: las páginas de The New York Times. Y no solo desmentirlo, sino pintarlo como un fascista al estilo de Francisco Franco, a pesar de haber sido un antifranquista que concedió santuario a los partisanos que huían de España.
Herbert llegó a Cuba en febrero, disfrazado de turista gringo en viaje de pesquería y acompañado de su esposa británica. Subió a la Sierra y escribió un largo reportaje que resucitó a Fidel de entre los muertos y lo elevó al olimpo de los héroes hemingwayanos, un nuevo Roberto Jordán dinamitador de puentes de la novela Por quién doblan las campanas.
La noticia de que Castro seguía vivo desmoralizó al ejército batistiano y encandiló al mundo. Mientras tanto, la tropa de Fidel marchaba en círculo ante la cámara y desinformaba al tonto útil de Matthews. En vez de denunciar a Castro como el clásico comunista ibérico, Matthews decidió presentarlo como un Robin Hood criollo. Por esa labor de tergiversación, fue recibido y condecorado múltiples veces en el Palacio de la Revolución.
El Roberto Jordán criollo dinamitó los cimientos de la República de Cuba y demolió el puente que conectaba al país con el mundo moderno, por lo que puede decirse que Matthews es el autor de una de las más destructoras campañas de demolición mediática de la Historia.
El daño que sus reportajes ocasionaron a Cuba y a Latinoamérica es inconmensurable, mientras que su personaje ficticio logró obnubilar a tres generaciones de cubanólogos de todo el mundo. En cambio, el Batista de Matthews seguirá siendo, por toda la eternidad, el prototipo del dictador bananero y no el progresista que apostó por la modernización acelerada de nuestro país.
Hace pocos años, en 2014, el mismo modelo desinformativo reapareció en las páginas del mismo periódico, ahora digitalizado. Herbert Matthews había reencarnado en el reportero colombiano Ernesto Londoño. La coincidencia de propósitos de los editoriales de Londoño en The New York Times y su perfecta sincronía con la política de apertura hacia Cuba de la administración de Barack Obama fue cuestionada, oportunamente, por la periodista Terry Gross, de NPR, en su programa Fresh Air.
A la pregunta de si Lodoño y la administración de Barack Obama actuaron de mutuo acuerdo para impulsar una política aperturista hacia Cuba, el reportero respondió que “no han faltado las especulaciones y teorías conspirativas sobre la coincidencia de esos editoriales, y bien mirado, por la vehemencia con que tratamos el tema, y por el momento del anuncio el mes pasado [17 de diciembre de 2014], ciertamente es una pregunta válida”.
Al mismo tiempo, las páginas editoriales del NYT lanzaban una estridente campaña de desinformación (Cuba’s Impressive Role on Ebola, NYT, octubre 19, 2014), cuyo objetivo era demostrar que al castrismo le importaba la salud de los africanos. Unos médicos fabricados en las universidades cubanas como peones del juego político y sometidos a condiciones de esclavitud moderna, fueron usados por el Granma del Hudson como un “impresionante ejemplo” de cooperación en la lucha contra el ébola en África Occidental.
En lugar de investigar las denuncias de maltrato y acoso policíaco de los médicos esclavos, el NYT dedicó sus recursos a la sincronización de otra maniobra de mentiras que adelantaba la narrativa del guionista presidencial Ben Rhodes, nuevo avatar de Matthews. Sobre los opositores encarcelados, Rhodes afirmó: “Ellos no creen que sean presos políticos. Están presos por diversas violaciones de las leyes cubanas”.
En 1959, Matthews declaró en el NYT: “No hay rojos en el gabinete ni en ninguno de los altos cargos en el gobierno o el ejército cubano”. Cuarenta años más tarde, James C. McKinley anunciaba en un titular: “En la ciudad donde Fidel triunfó, la mayoría aún lo apoya”. Y el mismo año, desde las mismas páginas, Serge F. Kovalevski reportaba: “Las cosas no son perfectas en la Cuba de Castro, pero el sueño comunista sobrevive”.
Hace unos días, en el más reciente episodio de una campaña de falsedades que comenzó hace más de medio siglo en la Sierra Maestra, los periodistas Frances Robles y Ed Agustin unían sus voces al coro de los desinformadores. Según el dúo Agustin-Robles, Joe Biden tardaba en abolir las políticas cubanas de Donald Trump “por temor a desencadenar el enojo de la diáspora cubana y provocar la ira del senador Robert Menéndez” (citaban al simpatizante William LeoGrande), un argumento canallesco que el periodista Boris González Arenas ha desmontado en un excelente artículo de Diario de Cuba.
La nueva campaña aperturista de Joe Biden impone a los cubanos el último modelo de ficción política salido del taller de Rhodes. El pequeño empresario independiente, identificado con el acrónimo comercial PYMES, es un troll que solo existe en el espacio ficticio del diferendo. El levantamiento del embargo sería, entonces, la respuesta falsa al falso renacimiento del sector empresarial en Cuba, y dejaría intacto el bloqueo impuesto por el Partido.
Cada batalla ideológica contra The New York Times ha sido otra Alegría de Pío para los cubanos, pues es un hecho que el castrismo habría muerto hace muchos años si la prensa americana no se hubiera empeñado en resucitarlo periódicamente.
Gracias a las recientes revelaciones de los Twitter Files, vimos cómo funciona el modelo de colusión de la prensa liberal con los intereses creados de la izquierda reaccionaria. Si la mitología castrista presume de los 636 atentados al Comandante, conviene recordar el batallón de spin doctors que lo ha salvado de la muerte cívica 636 veces.
Matthews, Rhodes, Robles, Agustin, McKinley, Kovalevski y Londoño han sido los doctores Frankenstein del Fidel indifunto, mientras que el papel del ayudante Igor se lo disputan ahora Emily Mendrala, Rick Herrero, Max Lesnik y el profesor López Levy.
Publicado originalmente en la web YucaByte.
La contradicción de fundar y dejar ir, amar lo fundado más que a uno mismo y velar por su altura con esperanza y temblor describe al agitado remanso de la familia.
Antes de amarnos no existía nuestro hijo. Al amarnos afloró ese apacible volcán que trastocó nuestras vidas. El tallo nuevo reverdeció el árbol todo, desde la flor en su frente hasta las raíces abrazadas de dos mundos distintos.
La dicha del hijo es ahora cardinal. No esencial o primordial, sino cardinal: que guía y da certeza para guiar y formar. La felicidad nuestra, en gran medida, está más encauzada a que él disfrute del mar, que a pasear por la orilla de manos tomadas; a que él corra, salte y cante, que a bailar e ir al cine.
Él es otro puente que acopla nuestras manos a través de las suyas. No desmiembra nuestra unión, sino que la fortalece; no empobrece la felicidad que hemos atesorado, la expande a un área nueva que antes de él no existía, que nació cuando supimos que era un destello de vida dentro de otra vida.
Esa frágil conexión entre vértice y vértice produce en la familia fortaleza a prueba de todo: la del sacrificio. Sabemos que es frágil el que se ama, humano en caer y acertar, levantarse y errar, y la vida propia, también frágil, debe anteponerse para guardar la del otro. Vida por vida. Se ha hecho, y así padres, hermanos y abuelos lo harán hasta el fin de los días.
La primera patria es la Familia. En la ética cristiana, es el primer ministerio. Para el que vive en un país diluido por el Socialismo, constituye el refugio inmediato. Edifiquen una familia fuerte, con compasión y valores, y la comunidad y la nación serán mejores.
Publicado originalmente en Vida Cristiana
Sumergirse en la Cuba profunda es peligroso, deja surcos en el alma. La persona sensible que lo ha hecho ya no regresa igual a la superficie, ya no puede ver con indiferencia las fotos que los turistas publican en Instagram ni las siempre optimistas noticias de la prensa nacional. Experimentar la Cuba de callejones, pedraplenes, pueblos, caseríos, casuchas, solares, ruinas, centrales, guajiros, campamentos, prostitutas, exconvictos… da miedo, da vengüenza, trauma, duele.
La Habana, ciudad que maravilla por sus contrastes, guarda bajo su cielo y sus molduras de yeso la historia de un país, de los gozos y esperanzas de su gente, de sus crímenes y miserias humanas, de sus diferencias sociales, sus odios y venganzas de clase. La ciudad de columnas fracturadas y vidrieras deslumbrantes, de perros de pelea y carros americanos de lujo, nos presenta, a la vuelta del hotel más caro, la pobreza más aterradora y denigrante como un elemento más de su pintoresco paisaje urbano. Todo eso nos parece lejano hasta que al fin atravesamos el umbral y nos encontramos ya, irremediablemente, dentro del misterio, entre escombros y marginalidad, con el puñal de la desesperanza al costado.
El campo, ese resto de Cuba, que aún con sus ciudades nos empeñamos en llamar “campo” (y lo es en su forma más triste y más hermosa), esa cara oculta de la Luna con un aire más limpio, no acapara tanta atención como la capital, ni instantáneas, ni visitantes. Esa gran “área verde” adornada de maleza y marabú no es tan importante, nunca lo ha sido, y su gente lo sabe, lo asume, mira desde el foso las cimas de La Habana, encandilada por el brillo de la cúpula del Capitolio, que flota como un diente de oro sobre jardines vedados a los transeúntes. ¿A quién le interesa el caserío de Guayabal en lo más recóndito de la aridez tunera? ¿O las comunidades del lomerío con su jerga singularísima y su gente que aún lava entre piedras y palos? ¿O el maestro de pueblo que va a trabajar, con la nevera vacía y los zapatos rotos, después de una madrugada de apagón? Luego de un bautismo por inmersión en esta naturaleza verde, sepia y salvaje, en este pedazo del mapa que siempre nos ha parecido menos Cuba porque no está en los libros de Historia, se saborea y se entiende a Cuba.
Donde el extranjero ve postales costumbristas de rostros alegres, contrastes y colorido tropical, el cubano que bajó a las profundidades sólo ve promesas en ruinas, pobreza denigrante, niños sucios y viejos desdentados abandonados a su suerte que intentan ganarse la vida sonriendo a los turistas, mientras al otro extremo, se levantan montruos de concreto y cristal para albergar a más turistas y engrosar los bolsillos del monopolio militar, y así continuar el círculo vicioso de la riqueza inmerecida de unos pocos a costa de la miseria y la invisibilidad de la mayoría.
Publicado originalmente en la revista La Hora de Cuba
Camagüey, ciudad legendaria de más de 500 años de historia, contempla en su interior tradiciones, costumbres y alegría. Dentro de las fronteras de su centro histórico, el gobierno en el territorio realiza grandes inversiones para su conservación y embellecimiento, mientras en los barrios la realidad es otra, incluso en muchas partes de la propia ciudad, no todo es color de rosa
Estas imágenes en el lente de Tanteando Cuba, nos demuestran el deterioro y abandono de las calles, las edificaciones y las viviendas por la ceguera a conveniencia, la dejadez, la insensibilidad de los dirigentes del partido y el gobierno, el mal trabajo de las autoridades pertinentes y la lejanía que existe entre los supuestos “representantes del pueblo” y los problemas reales del cubano de a pie. Reflejan la mala aplicación de las políticas asistenciales. Demuestran que a las comunidades complejas no se intervienen por un día, sino que requieren meses de transformación y trabajo constante con una mejor distribución y manejo de los recursos.
Publicado originalmente en el blog Tanteanto Cuba
Surgida en el proceso de emergencia y fortalecimiento de la sociedad civil cubana en la segunda década del pasado siglo, la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) arriba a su centenario reducida a una pieza del sistema totalitario que encabeza el Partido Comunista de Cuba (PCC).
Conscientes de la necesidad de cambios, decididos a participar en los destinos de la nación cubana, e imbuidos en la reforma que tuvo lugar en 1918, en la universidad argentina de Córdoba y en el propósito enunciado por el rector Carlos de la Torre, en 1921 (acerca de que la Universidad debería manejarse con absoluta independencia, menos en lo relativo al manejo de sus fondos) un grupo de estudiantes cubanos fundaron, el 20 de diciembre de 1922, una asociación cívica independiente: la FEU.
En 1962, en el proceso de desmontaje de la sociedad civil que se había estructurado en la República —después de establecidos los límites a la libertad de expresión con el discurso de Fidel Castro conocido como "Palabras a los intelectuales"—, la autonomía universitaria fue eliminada y la FEU subordinada al poder establecido.
Hasta ese momento la autonomía había transitado por un proceso gradual de democratización que, en apretada síntesis, puede resumirse en los siguientes momentos: en 1842 las autoridades coloniales concedieron a la Real y Literaria Universidad de La Habana el derecho de elegir a sus directivos; en 1885 se estableció que cualquier profesor universitario pudiera ocupar el cargo de rector; a partir de 1898 los cargos de rector, vicerrector y decano de facultad fueron elegidos por el claustro universitario; y en 1910, en sus Estatutos, la Universidad de La Habana quedó definida como un organismo superior docente, con autonomía en todo lo que relativo a su régimen interior, gobernada por un rector, un Consejo Universitario y un claustro general.
La FEU, a partir de su fundación, se concentró en la profundización de ese proceso. El Primer Congreso Nacional de Estudiantes, en octubre de 1923, exigió la personalidad jurídica y autonomía de la Universidad de La Habana en asuntos económicos y docentes. El Gobierno de los Cien Días, encabezado por Ramón Grau San Martín, puso en vigor en septiembre de 1933 la autonomía universitaria. En 1935, el Gobierno de Carlos Mendieta la dejó sin efecto, hasta que en 1937, el presidente Federico Laredo Bru, declaró a la Universidad de La Habana "corporación del interés público con amplia autonomía". Y la Constitución de 1940, en su Artículo 53, declaró que: "La Universidad de La Habana es autónoma y estará gobernada de acuerdo con sus Estatutos y con la ley a que los mismos deban atemperarse".
La institución de la autonomía universitaria desempeñó un papel crucial en todos los acontecimientos políticos ocurridos en la República hasta la instauración del Gobierno revolucionario en 1959, el cual, en febrero de ese año, al sustituir la Constitución de 1940 por la Ley Fundamental del Estado Cubano, en el Artículo 53 ratificó que el Consejo Universitario, integrado por el rector, el vicerrector, los decanos de las 13 facultades y un secretario, continuaba siendo el Gobierno de la Universidad de La Habana.
Sin embargo, en medio de una situación conflictiva por la lucha ideológica dentro de la Universidad –en violación de lo refrendado en Ley Fundamental de febrero de 1959–, el Consejo Universitario fue sustituido por una Junta Superior de Gobierno, cuyo poder quedó en manos de un representante designado por el Gobierno, paso que resultó decisivo para el control de la Universidad por el Estado.
Luego, en diciembre de 1960, el Gobierno revolucionario creó el Consejo Superior de Universidades, presidido por el ministro de Educación e integrado por cuatro representantes de cada una de las tres universidades y cuatro del Gobierno Revolucionario. A petición de este Consejo se acometió la reforma universitaria que fue presentada el 10 de enero de 1962, el mismo día que el dirigente comunista, Juan Marinello, fue designado, por el Gobierno, rector de la Universidad de La Habana, lo que representó un retroceso respecto a 1898, cuando la elección de ese cargo era responsabilidad del claustro universitario.
La prueba de los verdaderos objetivos de la reforma universitaria la ofreció el dirigente comunista Carlos Rafael Rodríguez quien, a la vez que dijo que la nueva Universidad sería regida conjuntamente por profesores y alumnos, aclaró: "en la medida en que la revolución universitaria es obra de una verdadera revolución y que el socialismo preside las transformaciones, no es posible pensar en los profesores y los estudiantes como dos grupos antagónicos (…) Un profesor de conciencia revolucionaria, orientado por el marxismo leninismo y militante de esa ideología durante años (se refería a Juan Marinello), no necesitará de la presencia vigilante de los estudiantes junto a él en el Gobierno de la Universidad, porque tendrá la madurez suficiente para enfocar los problemas de la educación superior con un criterio certero" ("La reforma universitaria", Cuba Socialista, La Habana, número 6, febrero de 1962).
Con la Reforma de la Enseñanza Superior, promulgada en Cuba en enero de 1962, se eliminó la autonomía universitaria, se colocó a los centros de educación superior bajo control del Estado y se puso luz verde a las arbitrarias expulsiones de profesores y alumnos que se venían realizando desde 1959.
Subordinada al poder, la FEU dejó de ser fuente de cambios sociales para convertirse en defensora del status quo; función que asumió mayor fuerza a partir de abril de 1971, cuando el Gobierno revolucionario, inmerso en un esfuerzo por mejorar las relaciones dañadas con la Unión Soviética, decidió apartar del camino a los intelectuales de izquierda que se oponían a la represión contra la libertad de expresión y a la sovietización del país. Esto condujo a la excluyente consigna enarbolada por la FEU en su condición de cancerbera del poder: "La Universidad para los revolucionarios". Algo que puede sintetizarse como la revolución primero, una imposición que no se limitó a escritores y artistas, sino que incluyó e incluye hasta hoy a todos los cubanos.
En la clausura del I Congreso de la FEU, el 13 de marzo de 1979, Fidel Castro tratando de encaminar las energías estudiantiles en otra dirección, preguntó a los delegados: "¿Acaso la Revolución le ha quitado a la masa estudiantil su campo de lucha? No. (…) La Revolución, en cambio, creó un campo de lucha mucho más amplio, mucho más universal, una tarea gigantesca: (…), la de construir el socialismo, la de practicar el internacionalismo". Y en la "Declaración Final del VIII Congreso de la FEU", en junio de 2013, repitió que: "no hay mayor responsabilidad y tarea para los hijos del Alma Mater, que la defensa de la continuidad de la Revolución y el socialismo".
La continuidad de esa línea acaba de ser ratificada por el presidente Miguel Díaz-Canel en el X Congreso de la FEU, quien en la clausura —coincidente con el centenario de la asociación— dijo: "La FEU prerrevolucionaria luchaba por la revolución. La FEU de nuestros días es una parte esencial del cuerpo de la revolución. Lo que en apariencia es una diferencia, en esencia es continuidad". Palabras que confirman el tránsito sufrido por esta asociación, al transitar de autonomía a la subordinación.
Publicado originalmente en Diario de Cuba
No hay pan, ni siquiera el patrimonial casabe, pero el régimen cubano se atreve por estos días con una nueva edición del controvertido festival culinario Cuba Sabe, evento que, desde la Agencia de Turismo Cultural Paradiso, es coordinado por Lis Cuesta Peraza, esposa del actual gobernante, Miguel Díaz-Canel.
Auspiciado principalmente por los ministerios de Turismo y Cultura, además de la Embajada de China en La Habana (país al que está dedicada la presente edición) y la cadena hotelera Iberostar, el nuevo episodio que repite por sede principal el Hotel Grand Packard tendrá sus actividades, talleres, conferencias y banquetes entre los días 12 y 14 de enero.
El anuncio fue ampliamente divulgado en algunos de los medios de prensa afines al régimen cubano, sin embargo, se ha tenido cierta moderación en hablar del tema en la radio y televisión nacionales, así como en los principales diarios oficiales, quizás para evitar arrojar más leña a un fuego donde no es precisamente comida en abundancia lo que se cuece sino mucho malestar y rechazo popular hacia una gestión económica que, durante décadas, solo ha generado hambre, desabastecimiento general y, por tanto, la extinción de prácticamente la totalidad de las tradiciones culinarias de la Isla.
Al nivel de la calle, por la casi nula información que trasciende, muy poco se comenta sobre tal paradoja (la de financiar un evento para hablar de sabores, comidas y tradiciones culinarias donde estos escasean), pero los que han estado inmersos o al tanto de la celebración, entre ellos los propios trabajadores de las instalaciones turísticas involucradas, no dejan de calificar de burla lo que sin dudas lo es, más cuando uno de los puntos flacos del turismo cubano, quizás entre los primeros en una lista que cada día se hace más extensa, es precisamente la mala calidad de la gastronomía, así como la poca variedad de platos autóctonos e internacionales que se sirven incluso en hoteles “de lujo” como el propio Grand Packard.
Y como prueba suficiente, para quienes nada conocen de la realidad cubana, estarían los numerosos comentarios negativos dejados por huéspedes y turistas, tanto nacionales como extranjeros, en sitios como TripAdvisor, pero aquellos que desean ahorrarse el tiempo de investigación y han tenido la experiencia del “mal sabor de boca”, solo necesitarán revisar la memoria de su propio paladar a su paso por cualquiera de los restaurantes, cafeterías y bares de Cuba, en especial los estatales, para concluir que Cuba Sabe 2023 es, más allá de un evento pretencioso, otra tomadura de pelo de un Gobierno al que solo le queda como recurso de salvación el extender la cortina de humo para camuflar todo aquello que no marcha nada bien.
Porque de eso —de simulación, de engañifa promocional— es lo que va este Cuba Sabe, en un contexto político-económico donde reinan a perpetuidad los sinsabores, más cuando se trata de un país donde la población está obligada a pelear en infernales colas por la comida escasa y racionada, mientras se privilegia a una élite asociada al poder, usándose así el acceso a los alimentos como evidente método de control político-social. Y no hay mejor evidencia sobre tal afirmación que la marcada diferencia entre flacos y barrigones, entre gente de a pie famélica y mandamases sobrealimentados.
Cuba Sabe pudiera ser como la vajilla de lujo en la vitrina del pobre avergonzado y presuntuoso, en tanto vacía y polvorienta sirve solo como adorno para las fotos. Pero mucho más da la impresión de ser truco de feria, de ilusionismo y estafa para turistas ignorantes de lo que realmente ha sucedido con la gastronomía cubana en estas casi siete décadas más de prohibiciones absurdas que de escasez, en tanto la mesa del cubano fue vaciada (más bien saqueada) por ese aluvión de políticas en las que el placer y la abundancia fueron calificados por los comunistas como “vicios del capitalismo” y, en consecuencia, castigados como sinónimos de “burgués”.
En realidad, la historia de nuestra cocina nacional ha sido una verdadera sucesión de políticas malintencionadas, demenciales, fracasadas, anticulturales y, en tal sentido, una historia de tragedias a perpetuidad, incluida entre ellas quizás como una de las más lamentables, la desaparición de las tradiciones culinarias de los chino-cubanos, en buena medida como efecto de las expropiaciones de los negocios privados que hacían tan peculiar y pintoresca a esta comunidad.
Ahí está el fantasma de lo que fuera el Barrio Chino antes de 1959 para constatación de la magnitud del desastre, y como una prueba más de cuantas hipocresía y perversidad hay en dedicar Cuba Sabe a una cocina que fue condenada a la extinción.
Hoy en el llamado Cuchillo de Zanja se hace bien difícil degustar un simple rollito de primavera o cualquiera de las frituras, verduras, pescados, mariscos y helados que hace más de medio siglo atrás distinguieron los puestos y fondas de chinos en todas las ciudades cubanas.
Igual ha sucedido con cada capítulo distintivo de la gastronomía nuestra lo indígena, lo español, lo africano, que ha acabado en esta actualidad miserable donde no solo nos venden “pollo por pescado” sino que nos condenan a beber polvo de chícharos tostados por café, así como a engullir raras elaboraciones que solo en virtud de la costumbre nos arriesgamos a llamar “picadillo”, “croquetas” o “mortadella” cuando en verdad parecen cualquier cosa menos alimentos para seres humanos.
En estos más de 60 años, obligados a llenar el estómago con lo que aparezca, sin reparar demasiado en sabores y gustos personales, en tradiciones y raíces, los cubanos hemos perdido la noción de lo que es comer por verdadero placer, e incluso la de alimentarnos de manera saludable, y como un acto de elección.
Comer en Cuba es un verdadero calvario y la Isla toda sabe y huele a puros actos de supervivencia. Desde precios que ni en la cafetería más humilde están al alcance del mejor de los salarios estatales hasta la política discriminatoria que solapadamente han retomado algunos establecimientos para el turismo extranjero donde el cliente cubano es rechazado porque, al parecer, tanto él como su bolsillo cargado de pesos cubanos restan “categoría” al ambiente.
Pero más allá del hotel de lujo donde quizás el tufo de la mala comida se disimule con fuertes dosis de ambientador, los olores rancios nos envuelven en los lugares donde “mejor” se come en La Habana, así como la carne en mal estado jamás termina en la basura sino en el pan con croquetas o el arroz amarillo que tan “amablemente” nos regala el vecino o nos sugiere el chef mientras el camarero, entre susurros, nos cuenta de cosas peores, como de gente que ha comido gatos y tiñosas, ya a conciencia o bajo engaño.
Si Cuba, tan solo en cuestiones de gastronomía, sabe y huele a algo en especial, no es a otra cosa que a esos atropellos que sufrimos a diario, más allá del “apartheid turístico”, tanto nacionales como extranjeros, y son el pésimo servicio, las malas elaboraciones y la inestabilidad de las ofertas, inclusive allí donde informa el noticiero que “marchan bien” las cosas.
Obligado a alimentarse mal, con el hambre casi como una marca en los genes, el cubano, por el contrario de lo que dicen algunos, no está obsesionado con la comida, sino desesperado por el hambre, y en el mejor de los casos angustiado por haber pasado días, meses, años sin la posibilidad de elegir libremente alguna vez su bocado. De modo que la Isla nos sabe mal, es decir, muy lejos de lo que debe saber Cuba, desde los salones del hotel Packard, en la boca de Lis Cuesta Peraza.
Hoy Cuba no tiene pan ni casabe. Cuba sin carne de cerdo en nuestras mesas, sin yuca y maíz, sin pescados y mariscos, sin el vasito de leche y sin el café de la mañana, sin la memoria y el legado de lo que alguna vez fuera nuestra cocina, sabe a ausencia.
Publicado originalmente en el diario Cubanet
El miedo quizás sea unos de los sentires más devastadores que puedan sufrir los animales, incluido aquellos que nos consideramos racionales, lo que no impide que siempre estemos dispuesto a devorarnos los unos a los otros.
El destacado opositor cubano, Guillermo Fariñas, Premio Sajarov 2010, hace varios años publicó un libro titulado “La Radiografía del Miedo”, en el que expone una realidad que muchos pretenden ignorar pero que todos los que hemos vivido en Cuba, hemos tenido el triste privilegio de sufrir.
Fariñas plantea que el totalitarismo castrista “ha usado el miedo como arma para consolidar su hegemonía” sobre la población, generando una cultura del miedo de la cual es muy difícil sustraerse porque ese sentimiento “se asocia a la apatía, el desinterés, la alienación, la sumisión, la pasividad, el acomodo, la resignación y a los intereses personales. Estos se expresan en el cuidado ante la pérdida del empleo, los estudios o los beneficios que míseramente pueden obtenerse del Estado, ante la necesaria alienación política”.
Fidel Castro, le puso al año del triunfo de la insurrección, 1959, “Año de la Liberación”, cuando en realidad ese año debió titularse, “La siembra del Terror”, porque el régimen por medio de las turbas endemoniadas reclamaban Paredón por cualquier disentimiento, el que se hizo realidad en cementerios, patios de escuelas y veredas. Fue el paredón indiscriminado, el sectarismo y la represión los que facilitaron la instauración del estado terrorista totalitario que se ha ido perfeccionado a través de los años, logrando que un amplio sector de la población piense con miedo y actué en un marco de inseguridad en el que llega al extremo de negarse sus propios derechos.
Los que hemos sentido miedo estamos prestos para correr hacia delante, en ese caso eres valiente, o hacia atrás, ganándote un estigma de cobarde que te acompañara hasta el último suspiro. Bien los que hemos sentido esa turbación sabemos que con ella aflora una imaginación compleja, catastrófica, que puede paralizarte o impulsarte a enfrentarlo sin pensar las consecuencias, razón por la cual hay tantos valientes en las cárceles y no menos cómplices de la dictadura, que por cobardía las más de las veces, se prestan a ser sus carceleros.
Tuve un buen amigo, ya fallecido, que padeció de alcoholismo. Cuando lo conocí había superado esa situación. Con frecuencia hablábamos de Cuba y de la conducta de la mayoría de la población, me decía, “Pedro, eso de estar aterrorizado es como estar alcoholizado, cuando tocas fondo, si te queda una pizca de confianza en ti mismo te levantas y rehaces tu vida” y creo que eso es lo que le ha ocurrido a un amplio sector de la población cubana que se ajusta con lo que dijo el reguetonero de nombre Yomil en un twitter "De tanta hambre que pasamos nos comimos el miedo".
El miedo se vence. Lo demostraron esos ciudadanos que salieron a las calles el 11 de julio último y lo confirma la propia tiranía al procesar a 57 personas, entre ellas a 14 adolescentes, por participar en las protestas antigubernamentales. Hay personas que se han preguntado, por qué los cubanos no protestan si el gobierno es tan malo, bueno, aquí tienen la respuesta, y es que quienes se deciden a ser libres al costo que sea necesario y expresan sinceramente sus opiniones, son juzgados con peticiones de prisión de 30 años sin haber ejercido la violencia.
El castrismo es un usurero, le cobra caro a los que luchan por la libertad, razón por la cual lo peor de esta herencia totalitaria no es el desastre económico, ni los sueños robados, tampoco las vidas perdidas, sino el robo cometido contra el futuro de la nación al corromper a un amplio sector de la ciudadanía a través del miedo hasta implantar un estado de terror. El haber difundido en toda la sociedad la sensación de estar vigilados y la certeza de que el Gran Hermano, el estado, es una entidad omnisciente y omnipresente que en principio considera que cualquier transgresión a las normas impuestas, es un crimen que debe ser severamente castigado. Ese vivir con miedo es una sombra despiadada que se cierne sobre Venezuela y Nicaragua.
Por más de seis décadas Cuba ha estado sometida a un régimen totalitario muy singular. En la primera etapa Fidel Castro le impuso al gobierno las características de su personalidad agresiva e intolerante, también vinculo estrechamente la gestión a su capacidad de atracción, eso que algunos llaman carisma.
El periodo actual, marcado por la muerte del Brujo de la tribu, es de una burocracia y torpeza igualmente ineficiente, una característica que iguala ambos periodos totalitarios.
Fidel Castro, como hubiese escrito Anatole France era un demiurgo a toda ley. Un seductor por excelencia como habría dicho Shakespeare si le hubiese tocado escribir este periodo de la historia de Cuba, por su parte, Houdini, le habría calificado como un ilusionista excepcional si hubiese sido testigo de su capacidad para conservar la confianza de sus partidarios, a pesar de fracasos, mentiras y traiciones.
El liderazgo de Fidel se sostuvo sobre las bayonetas y su talento, pero también, y quizás en una dimensión superior, a su habilidad para inspirar confianza y provocar amnesia, aun en aquellas personas que le conocieron durante su turbulenta juventud mafiosa y que padecieron en carne propia la textura recia y violenta de su crueldad.
El Faraón insular generó desde el periodo insurreccional un discreto culto a su persona y cuando llegó al poder fue capaz de que la masa y cierto sector de la clase dirigente se convenciesen que estaban frente a un hombre que sintetizaba en su persona los mejores intereses de Cuba y de los cubanos.
De la noche a la mañana una humilde isla del Caribe contaba con su propio Dios, que a la vez era profeta y espada de una religión que tenía su propio Satán en la tierra: Estados Unidos, su principal carta de triunfo ante una opinión pública mundial que no era exactamente pronorteamericana más que por lo errores de Washington, han sido muchos, nadie los puede negar, por la envidia que sienten hacia la nación más poderosa y generosa que ha conocido la humanidad.
Como consecuencia de todo lo anterior sumado a la voracidad y subsidios soviéticos, el Faraón extendió su influencia más allá de las fronteras de su reino disponiendo de la asistencia de no pocos fariseos y gentiles, que sirvieron de sicarios en su cruzada en la construcción de una utopía en la que un hombre nuevo haría avergonzar por sus virtudes al más integro de sus antepasados.
En sus 49 años de poder absoluto, Fidel tuvo la oportunidad de escribir sus propias actuaciones. Funcionó como el mayoral de una finca de más 100,000 kilómetros cuadrados, involucró en los conflictos cubanos a las potencias atómicas y llevó a miles de sus partidarios a morir en tierras extranjeras para cumplir su sueño de catequizar a los herejes, siendo el ejército cubano el ultimo de habla hispana cumpliendo funciones imperiales.
No obstante, con tanto ajetreo se le olvido que no era Dios, que el tiempo se le acababa, y lo que es peor, que a pesar de lo mucho que había bregado iba a morir en la misma orilla del poder que había asumido en 1959, con el agravante que dejaba el templo sin paredes ni techos y a los fieles sin fe, pero listos para fingir ante cualquier predicador que seguían su doctrina.
La era épica, la lírica revolucionaria la personificó Fidel Castro. El naufragio del Granma lo convirtió en desembarco, las escaramuzas las llamó batallas, la gesta de la Sierra Maestra la presentó como una epopeya homérica, mintió a toda la nación sobre la falsa pureza ideológica de Revolución, la indoblegable soberanía nacional y la injusta justicia revolucionaria.
Castro fue el estandarte de su propio proyecto. Se creyó Quijote y a fin de cuentas fue una triste parodia de Sancho Panza. Un miserable jinete que con más suerte que virtudes defendió su utopía en numerosos escenarios. Le ayudó mucho su larga vida, tuvo oportunidades para esconder fracasos y una frase de la que gustaba mucho, “convertir los reveses en victorias.”
No se puede negar, Fidel Castro ocupó importantes escenarios por muchos años, pero el saldo de la historia se fundamenta en hecho y en eso su vida fue un fracaso total si contemplamos la realidad cubana. La historia lo condena.