El dilema cotidiano que supone hoy la existencia del cubano de a pie no sólo se reduce a carencias básicas como alimentos, medicinas y transporte, cada día se agregan nuevos elementos. La razón, la falta de prestaciones públicas resultado del éxodo masivo que sufre la Isla. Los pueblos cubanos, funcionalmente, se han quedado sin personal calificado. Escasean los maestros, médicos, técnicos de todo tipo y mucho personal de oficinas.
En la práctica, son pueblos fantasmas. Hoy, reparar un televisor roto en Cuba es complicado. No hay día que no se escuche la noticia en cualquier esquina de un barrio: “Fulanito, el técnico tal, el de los televisores, se fue; va rumbo a Nicaragua”. De manera similar sucede con los talleres estatales, los que saben están en Tapachula.
Las oficinas de correo apenas tienen empleados para brindar servicio a los ciudadanos que todavía permanecen en los pueblos. Los jubilados que tienen el cobro de la pensión allí pasan hasta semanas en este sitio, pues cuando logran completar dos o tres empleados no hay conexión.
¿Y qué decir de los médicos? Un número importante de consultorios en la ciudad están cerrados por falta de galenos, que escapan para donde sea; y las postas médicas que funcionan lo hacen de manera intermitente, resultado de distribuir los especialistas que quedan en los diferentes sitios sanitarios de la urbe.
Otro sector golpeado con rudeza es la Educación. Según datos aparecidos en el sitio digital de este Ministerio, hoy faltan en las aulas cubanas 17 000 docentes; cifra que malamente se está supliendo con personal improvisado y sin la preparación adecuada. ¿Dónde están los maestros y estudiantes de la Isla?
En Tapachula. ¿Dónde están los médicos, ingenieros y personal calificado? En Tapachula. Es como si otra Cuba se estuviera formando en el estado mexicano de Chiapas. ¿Dónde está el hombre nuevo? Respuesta escueta, está en Centroamérica. Rumbo al “norte malo”, el “Coco” de la dictadura. ¿Qué dice esto? Los cubanos no quieren saber de comunismo.
El éxodo que hoy sufre la nación caribeña tiene implicaciones en ambas sendas, no sólo para los que se van. Para los que se quedan la vida en las comunidades fantasmas se ha convertido en un infierno. Los servicios públicos están por el piso. Componer un simple televisor o una olla eléctrica es una tragedia.
La jugada del régimen en complicidad con Daniel Ortega de abrir Nicaragua para aflojar la tensión en el país, debido al creciente descontento popular, no ha resultado del todo bien. Cuba se ha llenado de pueblos fantasmas, otra gota en una copa a punto de rebosar.
Publicado originalmente en la edición 205 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, El Majadero de Artemisa
La última comparecencia del presidente designado a dedo, Miguel DíazCanel, en la Mesa Redonda del lunes 16 de octubre, deja ver una cosa: los gobernantes de la Isla continúan sin comprender la esencia del ser humano, bajo el supuesto de que un día la densidad teórica, lluvia de muela, pudiera hacer florecer al país. Se puede tener la voluntad más poderosa del universo, entregar toda la energía del alma a esa determinación, que hay leyes inviolables.
Nadie puede saltar por sus propios medios a la inversa: de la piscina al trampolín; y la muela no resuelve esto. Lo imposible, los llamados del régimen a resistir, es fruto de lo posible.
Dicen los que saben que la ex primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, en una reunión con los representantes chinos a raíz del traspaso de Hong Kong al país asiático sentenció: “puedes negar el mercado, pero el mercado siempre está ahí”.
De estas palabras de “la dama de hierro” no escapa el ser humano, ni el antiguo ni el moderno. El mercado nace con el hombre, es genético. Sin embargo, en las alturas cubanas no se dan por enterados; están gobernando algo que no entienden.
Entonces, cómo usted va a continuar negando que la Tarea Ordenamiento no acrecentó la miseria en Cuba, cosa que hizo el presidente cubano en su comparecencia en la Mesa Redonda. Ahora la gente está peor que antes. La conciencia no pone el plato de comida en la mesa, por tanto, era obvio que sin ofertas los precios se iban a disparar, acarreando consecuencias desastrosas. Si antes de la medida neoliberal comunista había cien pobres en la isla, ahora se cuentan por miles.
Pero, lo anterior (las medidas de choque) no lo hace un gobierno sin pagar las consecuencias. Sólo que en Cuba el régimen se ha mantenido a base de represión, que después se desboca en camuflar desatando una propaganda atroz en organismos internacionales con base en el bloqueo, como justificación de todos los pesares cubanos.
El fuerte del régimen cubano es la palabrería sin fundamento material; y en último caso, la bulla, la chancleta de barrio, cuando se ven perdidos.
Lo han demostrado en Naciones Unidas; y lamentablemente, el mundo parece temer a esa algarabía. De otra manera no se explica cómo países ajenos a la realidad cubana, profundamente alineados con otras naciones contrarias al régimen pagan silencio –sus pecadillos antidemocráticos tendrán– con proyectos en la caótica infraestructura de la isla. Pero, la carga mayor de esa palabrería inmaterial, de incompetencia económica, la paga el pueblo.
Lo acabamos de ver en la comparecencia del presidente en la Mesa Redonda. Se puede tener la voluntad más poderosa del universo, que lo imposible, aquellos llamados del régimen a los cubanos a resistir la miseria, es fruto de lo posible. Con cien palabras no se hace un boniato.
Publicado originalmente en la edición 204 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, El Majadero de Artemisa
La dictadura comunista pretende dejar todo en manos del pueblo, mientras los dirigentes se hacen los de la vista gorda para no resolver los problemas que por su ineficiencia crean y perjudican al cubano de a pie. Ahorrar es la base de la campañita que se promueve cada día en los diferentes medios de difusión masiva, pero esa responsabilidad se la deja a la población. Tal parece que es el pueblo el culpable de que hoy existan apagones, a los hogares no llegue agua o no alcance el gas licuado para todos los que tienen contratos.
No hay que ir a la escuela para saber que el agua es un recurso indispensable para poder vivir y que hoy en la provincia no llega a todos los hogares. Pero tampoco hay que ir a la escuela para darnos cuenta que una llave que dejemos abierta en casa cuando nos cepillamos los dientes, por citar sólo un ejemplo, gasta menos que los miles de salideros que hay en la red de tuberías de la provincia.
Esos salideros no son provocados por la población, son provocados por la falta de recursos en la Empresa de Acueducto y Alcantarillados, que se ve obligada en ocasiones a remendar con insumos viejos o de mala calidad para callar la boca de aquellos que tratan de hacer llegar su problema a los máximos niveles y eso no dura nada.
Los apagones, un tema bien delicado, por los cuales quienes deben ahorrar electricidad es el pueblo, quien tiene que quitarse la oportunidad de dormir con un aire acondicionado por ahorrar es el pueblo… pero ¡no!, quien tiene que garantizar el combustible para las termoeléctricas es la dictadura que pretende tergiversar todo, mientras las luces del alumbrado público están encendidas día y noche por la falta de control.
Lo mismo pasa con el gas licuado, la población tiene que cocinar, no va a tener el gas guardado por gusto, es la dictadura la que tiene que suministrar el que el pueblo necesite y no lo hace porque sólo sabe exigir.
Publicado originalmente en la edición 267 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, Panorama Pinareño
Llegando casi el final del 2023 y Cuba sigue sin cambiar, o por lo menos para mejor porque para peor sí ha cambiado y bastante; cada año que pasa el infierno en el que vivimos los de a pie sigue siendo más candente, con peores condiciones y con menos oportunidades.
Cuba, nuestra isla, se ha convertido en una prisión, un atolladero de donde todos y más bien casi todos los que sufren las necesidades y carencias generadas por el comunismo Castro-Canelista quieren abandonar, escapando hacia cualquier país donde puedan obtener una mejor vida o mejores oportunidades de las que hoy tienen en esta isla.
Para el cubano de a pie, ese que no tiene un negocio y depende de ofrecer sus servicios y conocimientos a la dictadura por un mísero salario mensual, vivir en este país es como vivir en un infierno sin fin donde el hambre y las carencias gobiernan juntos de la mano, seguidos de un conjunto incontable de necesidades que hacen de la vida una espiral de desesperación.
Otro año más y seguimos en lo mismo, en un sistema que no avanza, que retrocede a pasos agigantados hacia un pasado de desgracias, aunque realmente todo tiene una solución, el cubano no ha podido, no ha querido o no ha sabido dársela.
Es triste y doloroso levantarse cada día con la incertidumbre de no saber cuán mal te va a ir o cuán malo se va a seguir poniendo este país: el dólar por el cielo, la comida por el espacio y los salarios bajo tierra, el estrés por camiones, las enfermedades en masa y los deseos de cambiar todo esto persisten sólo en el interior de aquellos que sufren todo esto.
Ser cubano es un orgullo, pero a la vez es una triste realidad que ha convertido a miles, millones de personas de este país en emigrantes que huyen de este infierno en la tierra donde el purgatorio no es un privilegio que se puedan dar las personas.
Publicado originalmente en la edición 158 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, Cimarrón de Mayabeque
Durante la visita a unos amigos, mis ojos tropezaron con un dibujo hecho a mano, sin mayores pretensiones artísticas. Era un dibujo viejo, maltratado por el tiempo, pero cuidadosamente enmarcado. Mostraba dos rostros de perfil, uno frente al otro. Ambos se miran, ambos sonríen, ambos tienen rostros amigables, sólo que, dentro del cerebro de uno crecen flores, y dentro del otro hay unas tijeras.
Me pareció una metáfora de la vida, de la vida en cualquier parte del mundo, pero en especial de nuestra tierra, donde día a día asistimos a un duelo entre flores y tijeras.
Somos un pueblo que quiere florecer, sabiendo que siempre, junto a las flores, hay espinas, plantas que mueren, bichos molestos, plagas y dañino mal tiempo, porque el paraíso no es de este mundo, y los agobios, los problemas y los sufrimientos siempre estarán presentes, por muy hermosa que sea la primavera.
Pero queremos la primavera, no esta aridez estéril que nos consume y nos sumerge.
Queremos que lo básico sea “lo habitual”: comida, agua, vestido, medicamentos, transporte, posibilidades de descanso. Queremos que la vida no sea una perenne y agobiante carrera de obstáculos, un “resolver y resolver” hasta el infinito ilimitado. Queremos tener una economía propia, ganada con el propio esfuerzo, que nos permita adquirir lo necesario y acceder a esas cosas que, como diría Carlos Varela, “no son necesarias, pero ayudan a vivir”.
Queremos seguridad, para nosotros y para nuestros hijos, y sentirnos protegidos de la violencia, tanto de aquella que puede llegar de la sociedad misma, como de aquella que puede venir de los órganos administrativos y represivos, que han sido concebidos para cuidar al ciudadano y defender el bien común, y no para vigilar y coartar la libertad.
Queremos sentirnos respetados y escuchados. Queremos que se tenga en cuenta nuestra voz, poder acceder a los medios de comunicación social, a la pluralidad de opciones políticas, a la elección directa de aquellos que preferimos que nos representen en los estratos de poder.
Queremos tener la posibilidad de vivir según nuestros propios valores, y de promoverlos, de enseñarlos públicamente, pudiendo elegir la educación que queremos para nuestros hijos.
Queremos libertad, para hablar, para construir, para expresar nuestra creatividad, para viajar, para elegir la vida que ansiamos edificar.
Sí, queremos la primavera, y estas, nuestras flores, brotan en nuestra mente y en nuestro corazón una y otra vez, día tras día, mientras siempre, de un modo o de otro, se enfrentan a las tijeras.
Tijeras gubernamentales, afiladas con mentiras y promesas incumplibles, con mensajes de miedo y de violencia, con actos de secuestro de nuestras libertades.
Tijeras de nuestra familia, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros amigos… prestas a cortar, desde sus miedos o sus desencantos, nuestros retoños de esperanza, esos brotes que nacen inspirados por la luz y que despuntan anhelando el final de esta noche.
Y tijeras también, terribles, que empuñamos con nuestras propias manos, cuando rendidos, vencidos, nos resignamos a sobrevivir desde la tristeza, desde la mirada que no cree ya en la luz.
Por eso, he estado pensando en mis flores, en mis retoños de esperanza, a los cuales me toca cuidar y proteger, a los cuales sólo yo puedo hacerlos capaces de resistir el filo cortante del mal y la desesperanza.
Dentro de unos pocos días los jóvenes que culminaron sus estudios de preuniversitario en el curso escolar 2022 -2023 y que obtuvieron carreras universitarias por sus resultados académicos, partirán hacia las diferentes unidades de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior a cumplir con el Servicio Militar General.
Por un período de un año y de manera obligada, estos muchachos con edades inferiores a los 20 años de edad, interrumpirán sus estudios para realizar labores que el régimen cubano cataloga como imprescindibles y de la más alta importancia.
Algunos irán hacia las unidades de combate de las fuerzas armadas a cumplir misiones que por diferentes motivos le han costado la vida a un número importante de jóvenes, otros trabajarán en entidades agrícolas del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) y el resto simplemente trabajará en la fumigación contra el mosquito o en la chapea del Marabú en tierras ociosas.
También es contradictorio que algunos jóvenes que no estudian ni trabajan y que se dedican a realizar actividades consideras como ilegales, no sean llamados a cumplir el Servicio Militar y que continúen sin aportar nada a la sociedad.
Alberto Perdomo, padre de un joven que obtuvo la carrera de Telecomunicaciones con un promedio superior a los 99 puntos, considera absurdo que jóvenes talentosos pierdan la continuidad de sus estudios realizando labores ajenas a su perfil profesional. “Mi hijo es un joven que debido a su personalidad sale muy poco de su casa y solo le gusta la computación. Ahora está recorriendo los barrios de Santa Clara trabajando en la campaña contra el mosquito.
Pienso que este país no se puede dar el lujo de desperdiciar tiempo y talento en la situación en que se encuentra nuestra economía”, aclaró. Minerva Fraga, psicóloga social que atiende el Consejo Popular Escambray, opina que posponer los estudios de jóvenes que terminaron el preuniversitario para llevarlos al Servicio Militar General por un año, desvía su interés del estudio y los atrasa en su meta de convertirse en profesionales.
“En mi consulta no son pocas las familias que manifiestan estar totalmente en contra de que sus hijos pierdan un año de estudio en el cumplimento de esas tareas, a las cuales catalogan como inservibles y de ninguna utilidad para su futuro. Un año es mucho tiempo para un joven y muchos deciden no ingresar a la universidad, el gobierno debería reconsiderar esto ya que es mucho lo que se pierde”, advirtió.
Publicado originalmente en la edición 106 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, Páginas Villareñas.
Si existe o no el transporte público en La Habana, la respuesta llegará de las señales que hoy se aprecian en la ciudad y del comportamiento que han asumido los ciudadanos ante esta debacle que ha empobrecido el ritmo habitual de la capital cubana.
Antes de adentrarnos en las señales palpables de este fenómeno sería oportuno traer a colación, para mayor claridad, las palabras en la Mesa Redonda de este último jueves 19 de octubre del ministro del Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila.
La Mesa comenzó de esta manera: ¿Por qué ha disminuido el transporte de carga y pasajeros en el país? Entre otras interrogantes por el estilo, lanzadas a quema ropa sobre el acorralado ministro, que se supone tiene dicha responsabilidad para resolver y no para justificarse.
El simple hecho de la pregunta anterior ya supone la aceptación de la debacle en cancha del oficialismo. Ellos mismos están diciendo que la transportación en Cuba va de mal a peor. Lejos de lo que dicta el sentido común, muchas de las paradas de ómnibus en la capital no están abarrotadas, como indica la lógica en estos casos, sino vacías.
La razón, la gente ha dejado de creer en el transporte público en manos del régimen. Los que logran trasladarse, que ya no son tantos como antes, se están moviendo por sus propios medios, en lo que aparezca. Al sector privado le está tocando la tarea de trasladar a los capitalinos.
El sector público se encuentra en franco colapso. Rutas como la P-16, que cubre el recorrido entre Santiago de las Vegas y el Hospital Hermanos Ameijeiras, cuenta en estos momentos con un solo ómnibus, lo cual supone horas tras horas en espera para trasladarse a un centro sanitario.
Dijo Rodríguez Dávila en la Mesa Redonda: “En la Habana están trabajando menos de 300 ómnibus, una ciudad que en la década de los 80 llegó a tener 2 500 ómnibus y hace apenas cuatro años teníamos 600. Los vehículos estatales [los carros de las empresas que deben parar en los llamados puntos de amarillos] podrían contribuir más de lo que en realidad lo hacen (…)”. Es obvio advertir que con respecto a la transportación urbana la noche pinta negra, cerrada, y sin esperanzas de que aclare el día.
Esto, sin aludir a las demás provincias, donde se ha vuelto al coche tirado por caballos. Pero, según el slogan comunista, Cuba avanza. La poderosa imagen de paradas vacías en lugar de abarrotadas es una clara señal que da respuesta a la pregunta si existe transporte público en la capital. Al menos, cuando estos sitios estaban atiborrados de habaneros había esperanzas, ahora, ni eso queda.
Publicado originalmente en la edición 225 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, Amanecer Habanero.
Andando por los barrios de la Isla, donde se hace la verdadera Cuba, el periodista ciudadano no sólo interactúa con la gente pegada a la tierra, sino que se nutre de por dónde anda el pensamiento y las ansias de esa Cuba profunda.
La pregunta clásica que se le hace a todo niño, quizás más por costumbre, por cortesía o simplemente por simpatizar, tiene hoy en las comunidades una respuesta espontánea que refleja el momento de descrédito institucional que se está viviendo en el país caribeño.
Cuando se le pregunta a un muchacho de un barrio cualquiera qué carrera desea estudiar, esperando las consabidas palabras de siempre médico o ingeniero, sin mediar pensamiento, la respuesta del niño o adolescente no se hace esperar: “irme del país”.
De similar manera, Cuba anda con esta vestidura en el pensamiento menor, de los menores de edad, en las comunidades intrínsecas: el relevo de la nación ni por un momento tiene contemplado su proyecto de vida en el país que lo vio nacer.
Esta sola indagatoria de la prensa ciudadana en los barrios, adonde no suele acudir la prensa oficialista ocupada más en divulgar supuestos logros de la Revolución, bastaría para llamar a reflexión a la junta militar que ha empobrecido y empobrece al país. Pero, pudiera preguntarse: con qué certeza se maneja esta información.
Con toda la del mundo. La prensa ciudadana, la organizada o la espontánea, la de aquel o la del otro que cuelga contenido en las redes sociales, se nutre del barrio porque vive en el barrio. Se trata de que nunca ha estado en la misma balanza saber de oídas, por referencias ajenas, aunque la información provenga de múltiples fuentes que permita el contraste, que vivir personalmente la experiencia.
“Del país se quiere ir hasta Díaz Canel”, dicen algunos en son de bromas. Y de cierto modo el chiste anterior es entendible, llegará un momento, resultado de la pésima administración de los militares de los “recursos del pueblo”, que el país declinará tanto que ni a ellos mismos le servirá.
No obstante, no deja de inquietar este pensamiento infantil o adolescente, fruto de la indagatoria ciudadana: hasta la fecha se tenía la creencia de que la estampida del país estaba limitada a jóvenes con edades próximas a la adultez. Ya los que vienen detrás tienen el escape en la cabeza.
Cuba tiene ahora mismo un asunto muy preocupante, mientras el relevo del país continúe con la creencia de que la tierra que los vio nacer no es fértil para proyecto alguno de vida, el futuro de la Isla está comprometido.
La vida te da sorpresa, como dice la popular tonada. Que los niños, aquellos que son obligados a repetir “seremos como el Che”, tengan como única carrera universitaria irse del país no deja de ser una sorpresa.
Publicado originalmente en la edición 203 del medio de comunicación comunitario del ICLEP, El Majadero de Artemisa