Jorge Olivera Castillo
Apr 21, 2021 | 12:17 PM
El castrismo no morirá con Raúl
Por Jorge Olivera Castillo
BOSTON, Estados Unidos. ─ De acuerdo con el periódico español ABC, Raúl Castro tiene los días contados. No se puede pensar otra cosa al leer que el cáncer se ha esparcido por todo su cuerpo. Su hígado, el esófago y los intestinos están minados con la terrible enfermedad, lo cual, para un anciano próximo a las nueve décadas de existencia, representa un viaje seguro hacia la tumba, en semanas o pocos meses.
Más allá de los sofisticados recursos médicos empleados para detener el avance de las metástasis ─si definitivamente la información es cierta─, las posibilidades de llegar vivo al 2022 serían muy escasas. No obstante, vale la pena apuntar que la imagen mostrada por Raúl durante su discurso de despedida en el pleno del recién terminado VIII Congreso del partido no dejó trazas de los padecimientos que el importante diario publicó, y que asevera se obtuvieron de fuentes próximas al régimen presidido por Miguel Díaz-Canel, el hombre elegido por el exgobernante como primer secretario del partido único.
Caben dos variables en el hecho de que un anciano vapuleado por la mortal enfermedad en la manera descrita haya sido capaz de largar un discurso de pie tras un estrado sin sufrir un desvarío ni otro síntoma que denotara embeleso alguno por los potentes fármacos que suelen utilizarse en este tipo de tratamientos. Tampoco mostró una pérdida de peso considerable. Ante el cúmulo de evidencias, es lícito pensar en el uso de un doble o en una apreciación, quizás distorsionada, de quien proporcionó los detalles o del que redactó la nota.
Estimo que lo importante a estas alturas de la historia no es propiamente la muerte del dictador, que dejará este mundo cuando le llegue la hora sin dar cuenta de sus tropelías, sino en la continuidad del engendro que articuló junto a su hermano y una gavilla de compinches.
Lo peor que nos puede pasar como nación es la supervivencia del socialismo ─que nos dejó ruinas y desesperanza─ después de que Raúl Castro lance el último suspiro y se convierta en cenizas. Recuerdo cuando se afirmaba que la muerte de Fidel sería la inequívoca señal de un cambio hacia la democracia. Según las previsiones en boga, el sistema se desmoronaría entre revueltas palaciegas y protestas sociales. Sin embargo, nada de eso sucedió. La dictadura sigue ahí haciendo lo de siempre: manipular, reprimir y empobrecer a los poco más de once millones que habitan en la Isla, sin dejar fuera a los coterráneos que viven en otras geografías, también víctimas de la maldad congénita de quienes aún se venden como salvadores de la patria.
Es lamentable aceptarlo, pero no hay garantías que el sistema actual transite hacia la economía de mercado y la democracia de una manera más o menos tranquila. La apuesta de la élite se centra en aumentar gradualmente la dosis de capitalismo de estado sin abandonar el control político e ideológico. Todo concebido como paliativo a un modelo que necesita de parches más duraderos. Nada que ver con una reforma integral y profunda que facilite la consolidación de una clase media y el ejercicio libre de las libertades fundamentales.
Esa es la hoja de ruta que el presunto general moribundo acreditó con una firma y que sus herederos irán implementando a su conveniencia de ahora en adelante. Nadie sabe si esta vez le saldrán bien las cosas. Lo que sí es cierto es que, por acción u omisión, no le faltan cómplices dentro y fuera de la Isla. Y, por otro lado, ya han mostrado sus intenciones de matar a mansalva si es necesario.
Mientras espera la muerte por cáncer o por lo que decida la providencia, Raúl Castro continuará en el cargo, aunque formalmente se haya jubilado. Seguirá siendo el dictador en Jefe y el máximo responsable de una tragedia que no se acaba.
Cortesía Cuabanet