Ilustración (Canva)
Por el Sacerdote Alberto Reyes
May 21, 2023 | 12:30 PM
Los seres humanos venimos de una larga evolución, cuyas raíces se hunden en la animalidad, una animalidad que a lo largo de muchos siglos ha ido, poco a poco, siendo regulada por la corteza cerebral, la gran mediadora entre nuestro “cerebro primitivo” y las decisiones de nuestra voluntad.
No podemos evitar las ráfagas que provienen de nuestro cerebro primitivo: las iras, los impulsos, las pasiones violentas… Pero no en balde nos definimos como seres “humanos”, y la humanidad se edifica precisamente sobre la capacidad de discernir las emociones, de conectarse con la realidad del otro y de aprender a elegir el bien mayor para todos.
El evento histórico llamado “Cristo” fue esencial en este proceso, porque añadió a la función mediadora de la corteza cerebral el humanismo profundo que nace de considerar a Dios como un Padre y al otro como un hermano, sea quien sea y sea como sea.
Por eso, la experiencia cristiana genera una identidad, un modo de ser capaz de elegir desde la postura asumida de hijo de Dios y hermano del otro, y no desde las vísceras.
Una persona que haya entendido la identidad cristiana buscará actuar siempre desde todo aquello que genere un encuentro entre hermanos. Un cristiano podrá ser agredido, denigrado, ofendido, amenazado… pero nunca responderá en los mismos términos. Al contrario, seguirá tendiendo la mano y diciendo: “Soy tu hermano: si me necesitas, aquí estaré; si tocas a mi puerta, te abriré; y si decides encerrarte en los muros de tus miedos, del resentimiento, del rechazo, del odio… no me iré, porque si me necesitas, aquí estaré”.
Por eso el cristianismo ha caminado en este mundo desde hace más de 2000 años. A lo largo de los siglos, los cristianos hemos sido perseguidos, ignorados, calumniados, arrasados… pero hemos permanecido, mientras los oponentes han pasado a la historia, porque desde el dolor, el sufrimiento e incluso desde nuestras iras reprimidas, hemos perdonado, hemos servido, hemos dicho con palabras y obras: “Soy tu hermano, y si me necesitas, aquí estaré”.
Toda teoría, movimiento, ideología o doctrina que promueva el odio, la exclusión, la hegemonía asfixiante de un grupo sobre otro… tarde o temprano, terminará. Podrá vivir momentos de gloria, incluso de aceptación popular masiva, pero no se sostendrá, porque el ser humano solamente puede encontrarse a sí mismo desde el amor, el perdón, la aceptación del otro, y la libertad que hace posible la justicia y la prosperidad.
Las puertas del abismo, dijo Jesucristo, no prevalecerán, y no lo harán porque, aunque nos movamos en tierras de odios, nuestra identidad, aquello que somos, nos hace poner nuestros ojos en Aquel que amó y perdonó hasta el final, y que nos repite, una y otra vez: “Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos”.