Pedro Corzo
Por Pedro Corzo
Jan 3, 2022 | 8:15 AM
Por más de seis décadas Cuba ha estado sometida a un régimen totalitario muy singular. En la primera etapa Fidel Castro le impuso al gobierno las características de su personalidad agresiva e intolerante, también vinculo estrechamente la gestión a su capacidad de atracción, eso que algunos llaman carisma.
El periodo actual, marcado por la muerte del Brujo de la tribu, es de una burocracia y torpeza igualmente ineficiente, una característica que iguala ambos periodos totalitarios.
Fidel Castro, como hubiese escrito Anatole France era un demiurgo a toda ley. Un seductor por excelencia como habría dicho Shakespeare si le hubiese tocado escribir este periodo de la historia de Cuba, por su parte, Houdini, le habría calificado como un ilusionista excepcional si hubiese sido testigo de su capacidad para conservar la confianza de sus partidarios, a pesar de fracasos, mentiras y traiciones.
El liderazgo de Fidel se sostuvo sobre las bayonetas y su talento, pero también, y quizás en una dimensión superior, a su habilidad para inspirar confianza y provocar amnesia, aun en aquellas personas que le conocieron durante su turbulenta juventud mafiosa y que padecieron en carne propia la textura recia y violenta de su crueldad.
El Faraón insular generó desde el periodo insurreccional un discreto culto a su persona y cuando llegó al poder fue capaz de que la masa y cierto sector de la clase dirigente se convenciesen que estaban frente a un hombre que sintetizaba en su persona los mejores intereses de Cuba y de los cubanos.
De la noche a la mañana una humilde isla del Caribe contaba con su propio Dios, que a la vez era profeta y espada de una religión que tenía su propio Satán en la tierra: Estados Unidos, su principal carta de triunfo ante una opinión pública mundial que no era exactamente pronorteamericana más que por lo errores de Washington, han sido muchos, nadie los puede negar, por la envidia que sienten hacia la nación más poderosa y generosa que ha conocido la humanidad.
Como consecuencia de todo lo anterior sumado a la voracidad y subsidios soviéticos, el Faraón extendió su influencia más allá de las fronteras de su reino disponiendo de la asistencia de no pocos fariseos y gentiles, que sirvieron de sicarios en su cruzada en la construcción de una utopía en la que un hombre nuevo haría avergonzar por sus virtudes al más integro de sus antepasados.
En sus 49 años de poder absoluto, Fidel tuvo la oportunidad de escribir sus propias actuaciones. Funcionó como el mayoral de una finca de más 100,000 kilómetros cuadrados, involucró en los conflictos cubanos a las potencias atómicas y llevó a miles de sus partidarios a morir en tierras extranjeras para cumplir su sueño de catequizar a los herejes, siendo el ejército cubano el ultimo de habla hispana cumpliendo funciones imperiales.
No obstante, con tanto ajetreo se le olvido que no era Dios, que el tiempo se le acababa, y lo que es peor, que a pesar de lo mucho que había bregado iba a morir en la misma orilla del poder que había asumido en 1959, con el agravante que dejaba el templo sin paredes ni techos y a los fieles sin fe, pero listos para fingir ante cualquier predicador que seguían su doctrina.
La era épica, la lírica revolucionaria la personificó Fidel Castro. El naufragio del Granma lo convirtió en desembarco, las escaramuzas las llamó batallas, la gesta de la Sierra Maestra la presentó como una epopeya homérica, mintió a toda la nación sobre la falsa pureza ideológica de Revolución, la indoblegable soberanía nacional y la injusta justicia revolucionaria.
Castro fue el estandarte de su propio proyecto. Se creyó Quijote y a fin de cuentas fue una triste parodia de Sancho Panza. Un miserable jinete que con más suerte que virtudes defendió su utopía en numerosos escenarios. Le ayudó mucho su larga vida, tuvo oportunidades para esconder fracasos y una frase de la que gustaba mucho, “convertir los reveses en victorias.”
No se puede negar, Fidel Castro ocupó importantes escenarios por muchos años, pero el saldo de la historia se fundamenta en hecho y en eso su vida fue un fracaso total si contemplamos la realidad cubana. La historia lo condena.