Imagen tomada de facebook que ilustra el artículo del Sacerdote Alberto Reyes.
Por el Sacerdote cubano Alberto Reyes
Feb 11, 2023 | 12:05 PM
El primer objetivo de todo ser humano es sobrevivir, y en eso comparte terreno común con el resto del mundo animal. Pero a diferencia de ese mundo, el ser humano es el único que siente que sobrevivir no es suficiente, que la vida es más que la supervivencia física, y que para ser algo más que un animal necesita elegir los valores que le permiten no sólo estar bien consigo mismo sino dar un sentido a su existencia.
Por eso es tan importante en el ser humano eso que llamamos “coherencia”, que no es más que hacer coincidir lo que se piensa con lo que se dice y lo que se hace.
Si una persona coherente no quiere vivir sometida a una ideología, o a un sistema político, se supone que lo más lógico es que lo exprese verbalmente y que tome acciones para cambiar ese sistema que siente que la oprime y no le permite realizarse.
Esto puede funcionar sin mayores consecuencias en un sistema con democracia, donde existen mecanismos que respetan la libertad y que permiten que la sociedad vaya decidiendo los caminos por los que quiere transitar.
No es así cuando se vive en un sistema totalitario o dictatorial, donde no sólo no se respeta la libertad sino que se despliega una gama de mecanismos de control que van desde la propaganda continua sobre las bondades del sistema, hasta la represión brutal y sistemática de todo aquel que se atreva a cuestionar ese sistema.
Ante esta situación, es cierto que una persona puede elegir vivir en coherencia con sus valores, y puede tomar la opción de decir y hacer lo que considere necesario, aceptando cualquier precio que se derive de sus acciones.
Pero ya hemos dicho que el primer objetivo del ser humano es sobrevivir. Por eso, ante el riesgo que supone la verdad, es lógico que la persona busque “adaptarse a las circunstancias”, y entre en una vida de mentira, de simulación, de doble moral, de “pactos” con el sistema. Esta situación le permitirá, ciertamente, lograr la sobrevivencia que busca, pero al precio altísimo de la esclavitud eterna.
Entonces, además de “plantarse” y elegir la verdad abiertamente, o de escapar hacia otras geografías más benignas, ¿hay algo que se pueda hacer?
Sí, tenemos el arma del silencio y de la no participación. Porque todo sistema totalitario necesita continuamente la renovación del “apoyo popular”, necesita “declaraciones”, actos de reafirmación política, y por supuesto, actividades de masas: marchas, concentraciones, “bulto”.
Lo genuinamente humano sería salir al paso de todo lo que oprime y hace miserable la vida de la gente, pero mientras no nos atrevamos a pagar los precios inevitables de esta actitud, podemos aprender a callar, a no apoyar, a no aplaudir. Podemos aprender a no participar, a no acudir, a no dejar que utilicen nuestra presencia como un arma de propaganda a favor de lo que queremos cambiar.
Es verdad que esta simple actitud también puede generar miedo, pero la libertad no se conquista sin miedo, la libertad no se conquista mientras sigamos haciendo caso a los repetidos “y si…” de nuestra mente sobreprotectora: “¿y si me pasa algo?”… “¿y si toman represalias conmigo?”… “¿y si le hacen algo a mis hijos…?”
Todo sistema totalitario sabe que el pueblo al que oprime no necesita aceptar la mentira del paraíso inexistente. Basta que la gente acepte vivir como si lo aceptara, como si lo creyera, basta que la gente pacte con la mentira, porque ya con eso, la misma gente que quiere un cambio de sistema, lo ratifica, lo consolida, lo mantiene con vida.