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He estado pensando en las mentiras de la mente

Ilustración Canva

Por Sacerdote Alberto Reyes

Jan 19, 2024 | 1:38 PM


Nuestra mente fue creada con un objetivo preciso: garantizar nuestra supervivencia. Por eso podemos compararla con una madre sobreprotectora, siempre alerta a cualquier cosa que pueda dañarnos.

De hecho, nos avisa continuamente de peligros e imagina todo tipo de escenarios que, en su mayoría, nunca sucederán. Le encantan los mensajes del tipo: “¿y si…?”, “cuidado con…”.

Nos compara continuamente con los demás, porque necesita garantizar nuestra integración en la “manada humana”, y nos advierte de todo lo que pueda significar un rechazo de esa “manada”.

Además, busca a toda costa que estemos seguros, y nos empuja a “proveernos”: de bienes, de prestigio, de poder. Todo para que “no nos pase nada”.

El problema es que, al igual que más allá del ojo está el horizonte, más allá de las seguridades humanas está esa mezcla de anhelos, rebeldía y sueños que se llama el espíritu, que se alimenta de libertad, de verdad y riesgo, y que es capaz de ponerse delante de la propia mente y decirle: “Soy consciente de lo que me dices, y te lo agradezco, porque sé que quieres protegerme, pero no puedo dejar que tomes el control de mi alma”.

Necesito, mente, asumir mis miedos y seguir adelante, porque si no lo hago, esos miedos acabarán paralizándome, y terminaré a salvo, pero siendo un esclavo.

Necesito, mente, ser libre frente a la “manada”, frente a lo que puedan decir o pensar de mí, y existir, aunque otros en la “manada” se disgusten porque no pienso como ellos.

Necesito, mente, liberarme de la seguridad que me dan el tener, el estar bien “conectado”, el vivir “en regla” con los estándares que fijan el poder o la “prudencia social”.

Necesito creer que mis sueños de libertad son posibles.

Necesito dejar de escucharte cuando, para protegerme, lo sé, intentas convencerme de que, ni yo ni mi pueblo tenemos fuerza para provocar un cambio, cuando me dices que no podemos organizarnos, que lo que unos y otros hacen, aquí y allá, es demasiado poco e insuficiente para voltear la balanza. Necesito dejar de creerte cuando me dices que nadie desde el poder se cuestiona el desastre en que vivimos, que nadie desde “arriba” está interesado, al igual que yo, en que las cosas cambien.

Porque, ¿sabes algo, mente?, creo que cuando le decimos al cerebro que no podemos, él mismo busca los modos para no poder; pero si le decimos lo contrario, que sí es posible el mañana que añoramos, creo que creará incluso nuevas conexiones para ayudarnos a poder.

Sé que tú seguirás alertándome, que te sobrecogerás de miedo cuando me veas dialogar con la verdad, o cuando defienda la justicia, y te aterrarás cuando alce la voz y diga serenamente lo que pienso.

Me suplicarás que me calle, que me inhiba, que no me exponga. Y yo te comprenderé, y te abrazaré, y te diré: “Gracias, mente, por ese pensamiento, pero mi espíritu tiene alas, y no quiero vivir seguro, pero con las alas rota.

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