Cubanos en su travesía a través de Centroamérica. Foto: Internet
Por Elisa Arteaga
Jan 20, 2023 | 10:01 AM
Pasaporte, tenis cómodos, dos licras, dos camisetas, un abrigo, ropa interior y el cargador del teléfono. Es una lista corta, es muy poco lo que se empaca en la mochila, solo lo necesario. Más pesa el alma, dividida entre los amigos que han emigrado a otras latitudes y los abuelos a quienes ya no les cerraré los ojos; me consuela pensar que al menos les calentaré el estómago con un poquito de leche y una carnita, cuando se pueda.
Si Cuba no fuera la prisión ruinosa que es, si no fuera un sepulcro blanqueado, esta lista estaría de más. Si mis quince años de trabajo honrado me permitieran gozar de un techo sin filtraciones, comida decente, salidas con los amigos y algún que otro viaje al extranjero, esta mochila estaría vacía, la lista más bien sería de artículos de canastilla. Pero no, la ideología de la pobreza, la desidia y la opresión nos empuja a emigrar; los deseos de ver a otros seres queridos, cumplir un sueño, alimentar a los que se quedan, nos arrastran.
La lista es corta. La mochila es pequeña pero el peso es inmenso y el dolor incalculable. El alma se rompe en pedazos y sangra a lágrima viva. Cuba pesa, se queda atrás, bajo las nubes, y a la vez se lleva encima, como una cruz invisible que nos abrasará el pecho siempre. Cuba duele lo mismo estando dentro que fuera. Ahora entiendo a Martí cuando hablaba de su horror al frío, de tiranos, de derechos, de patria y libertad.
Publicado originalmente en la revista La Hora de Cuba.