Ilustración Canva
Por Sacerdote Alberto Reyes
Jul 12, 2024 | 11:33 AM
Hace poco me preguntaron qué diría yo a los familiares de nuestros presos políticos, y yo hablé sin pedirles permiso, un permiso necesario, porque detrás de alguien preso por defender la libertad robada a su pueblo hay tanto dolor, tanta impotencia, tanta incertidumbre… que tocar esa realidad es como tocar algo sagrado.
Ahora quiero poner por escrito lo que dije, y otras cosas que pienso, desde la humildad del que vive esta realidad “desde fuera”, y sólo puede alcanzar sus celdas desde las conexiones que permite el alma.
Me atrevo a hablar a todos lo que acompañan a sus presos: hijos, padres, esposos, esposas, hermanos… Y no sólo a aquellos que vieron a sus familiares ser encerrados por los sucesos del 11J, sino también a los familiares de los que ya estaban presos antes, y a la larga lista de los que han sido encarcelados después. Y quiero hablar en singular, dirigiéndome a cada uno.
Quiero pedirte que reces, a Dios, tal y como lo concibas, y con las palabras que salgan de tu alma. Rezar es hablar con Dios, y todo el mundo sabe rezar porque todo el mundo sabe hablar. Háblale de ti, de tu dolor, de tu rabia, de tu miedo. Grita delante de Dios, llora si te vienen las lágrimas, discute con Dios si es necesario, pero pon en sus manos toda la carga que te agobia, todas las veces que has dicho: “No puedo más”, todas las veces que has gritado: “¿Hasta cuándo?”.
Reza por ellos, una y otra vez, cada día: pide por su salud, por su integridad, pero también por la luz de sus almas. Pide para que este tiempo no les corrompa la mirada, pide para que un día, cuando lo que hoy son sus cárceles se conviertan en museos del horror y la barbarie, pueda la gente que las visite preguntarse: “¿Cómo fue posible que salieran de aquí amando, perdonando, abrazando? ¿Cómo fue posible que no salieran de aquí llenos de odio y venganza?”.
La victoria de un poder insano no es poner detrás de las rejas a los que lo cuestionan, sino romperlos por dentro, hacerlos esclavos del odio, resentidos para siempre, sedientos de venganza eterna. Ese sería su mejor triunfo, porque les permitiría crear una generación que los continúe, una generación incapaz de romper las cadenas del desprecio y del odio hacia el diferente, esas cadenas que son hoy la cárcel de los que nos gobiernan.
Pide a Dios que los barrotes que aprisionan sus cuerpos no logren aprisionarles el alma, que la oscuridad de sus celdas no apague la luz de sus miradas, que los malos tratos no impidan que brote la sonrisa, que la incertidumbre de la espera no les consuma la esperanza.
Pide, sabiendo que eres escuchado y comprendido, porque ¿quién sino Jesús sabe de juicios falsos, de abandono y soledades, de torturas y dolores? ¿A quién mejor que al Cristo en cruz podemos encomendar a aquellos a los que se les crucifica hoy por alzar la voz en nombre de todo un pueblo?
Continuará…