Pluralismo, pero con respeto y tolerancia a la hora de debatir. Imagen:
Por Luis Cino
Jan 31, 2023 | 9:10 AM
LA HABANA, Cuba. — En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro, cuando estaba contra las cuerdas, y valiéndose de una falsa oposición —la llamada “oposición funcional”—, logró disolver el gobierno interino de Juan Guaidó y dividir a la verdadera oposición entre los que aceptan dialogar con el oficialismo y los que no. En eso, como en la represión pura y dura, le ha sido muy provechosa la asesoría de la Seguridad del Estado cubana.
En Cuba, donde ni siquiera hay los atisbos de democracia que quedan en los países del llamado socialismo del siglo XXI, la Seguridad del Estado ha tenido éxito en sembrar la división y los antagonismos en los movimientos opositores al castrismo.
Paradójicamente, la fragmentación, el individualismo, la improvisación, la espontaneidad, han hecho mucho más difícil el trabajo de los represores. Una oposición unida hubiese sido para la Seguridad del Estado más fácil de descabezar; pero los represores optaron por dividir. Entonces, atizando las diferencias y los bretes para tener a los opositores enfrentados y que no logren ponerse de acuerdo ni siquiera sobre los muchos puntos que tienen en común, la policía política se ha visto enfrascada en un rompecabezas en el que pasa mucho trabajo para seguir el hilo de las tramas creadas por sus infiltrados y provocadores, o de las que brotan entre los opositores por celos, ansias de protagonismo, intolerancia, etc.
Un exilio numeroso, militante, con recursos económicos y una fuerte presencia en la política estadounidense, ha hecho que existan paralelamente dos oposiciones a la dictadura: una interna y otra en el exterior. A veces las tácticas, estrategias e intereses de ambas se interfieren; y a través de sus infiltrados y provocadores la Seguridad del Estado ha aprovechado esta situación para avivar los conflictos dentro de las facciones opositoras.
Se ha dado el caso de que algunas organizaciones del exilio —tampoco exentas de la infiltración del G2—, para adelantar sus agendas, han provocado la fractura o duplicación de proyectos en Cuba que tenían resultados tangibles.
La cuestión no es sacrificar o subordinar proyectos que funcionan por otros que están en veremos, a ver si resultan y qué sale de ellos. No necesariamente lo novedoso es lo mejor.
No es que apostemos al malo o regular conocido (del que ya sabemos sus méritos y también de la pata que cojea) antes que al bueno por conocer. La vida nos ha enseñado a dudar de los tipos carismáticos y con condiciones naturales de liderazgo; también de los demasiado valientes y de labia fácil. Si vamos a buscar nuevos líderes, las experiencias pasadas y recientes indican que hay que ser cautelosos. No necesitamos caudillos, ya bastantes hemos tenido en la historia, sino ciudadanos responsables y políticamente maduros, capaces de hallar soluciones mediante el consenso y el debate.
Es lógico el cansancio por los tantos documentos que periódicamente emiten determinados líderes opositores; que desconfiemos del lenguaje populista como para complacer a todos y la ingenuidad respecto a la posibilidad, casi impracticable —al menos por ahora—, de desmontar la dictadura a partir de sus propias leyes.
Los mínimos resquicios que por descuido deja la “legalidad socialista” no son como para hacerse demasiadas ilusiones y creer que la disidencia, diezmada, aún sin acabar de salir de los muros del ghetto y sin conquistar las mentes y los corazones demasiado apáticos y asustados de la población, está en capacidad de imponer condiciones al régimen. ¡Qué decir entonces de proyectos que dictan su ultimátum a la dictadura como si las fuerzas opositoras, luego de controlar varias provincias, estuviesen a las puertas de La Habana!
No será con documentos ni conceptos políticos que resultan abstractos ante tanto agobio cotidiano que se logre la movilización popular.
Reunir en un proyecto a muchos de los más importantes nombres de la oposición y la sociedad civil puede resultar decisivo para conseguir la unidad, pero la experiencia nos ha enseñado que las firmas, por sí solas, no bastan. Pronto algunos de los firmantes empezarán a disentir de algunos puntos y hasta de las comas, o argumentar que no leyeron bien el texto, o que no están conformes con que su firma aparezca más arriba, más abajo o junto a la de fulano o mengana. Luego vendrá el regateo de méritos y la habitual sarta de descalificaciones mutuas. Entre ellas, la más socorrida: la acusación de que “el otro” trabaja para la Seguridad del Estado.
Más que una falsa unidad impuesta bajo dudosos presupuestos y de armar concertaciones improvisadas, se deben buscar los puntos de concordancia y el modo de que los diferentes proyectos opositores se complementen. Si las afinidades no son lo suficientemente fuertes para cohesionarnos, mantengamos entonces el pluralismo.
Cuando digo que no debemos perder la pluralidad, no es que abogue por la olla de grillos en que a veces parece convertirse la oposición. Hablo de pluralismo, pero con respeto y tolerancia a la hora de debatir.
Ahora mismo no hay muchos líderes opositores dispuestos a sacrificar sus proyectos en pos de uno común, con resultados a mediano o largo plazo. Menos todavía que acepten subordinarse modestamente a otro líder.
Por forzar una unidad para la que no estamos preparados no debemos sacrificar la pluralidad dentro de la oposición, la diversidad de enfoques y visiones. Es algo que ya tenemos adelantado en el camino a la democracia, donde se busca el consenso y no la unanimidad. Tengámoslo en cuenta antes de precipitarnos a las filas de otro partido único, a aplaudir las órdenes de un Disidente en Jefe.
Publicado originalmente en la web Cubanet.