Frank Calzón
Feb 19, 2021 | 6:03 PM
Por Frank Cazón
Acabo de leer el editorial María Elvira Salazar y Frank Calzón, peones del veneno, de Iroel Sánchez, publicado en la primera página de Granma el día 9 de febrero. Le escribo para solicitar que publique esta respuesta, haciendo uso del derecho de réplica, reconocido por la prensa alrededor del mundo.
Asumo que la congresista Salazar, electa en comicios libres en noviembre 2020 a la Cámara de Representantes de EE UU, responderá a las acusaciones si no lo ha hecho ya.
Tiene razón Granma al decir que "la solidaridad es lo contrario del odio", pero se equivoca cuando me acusa de "fabricar mentiras que justifiquen... una Cuba ensangrentada por la violencia". Por muchos años he logrado hacer llegar a la Isla el ideario de resistencia pacífica de Mahatma Ghandi, Martin Luther King, Andréi Sájarov, Václav Havel y Lech Walesa, quienes lograron derrotar, sin derramamientos de sangre, al Imperio Británico en la India, a los segregacionistas blancos en el Sur de Estados Unidos y las dictaduras comunistas en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Polonia, respectivamente.
Oswaldo Payá, dirigente del Movimiento Cristiano Liberación, predicó esas mismas doctrinas hasta que fue asesinado por la Seguridad del Estado. El Gobierno se negó a entregar una copia de la autopsia a su familia, que continúa exigiendo una investigación internacional.
Lamentablemente ese no es el único caso. Los archivos de organizaciones internacionales contienen las denuncias detalladas de crímenes de lesa humanidad, como el caso de Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodán Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac, tres jóvenes negros que Raúl Castro mandó a fusilar como "escarmiento" por haber roto un candado y tratar de robar un bote para huir del país.
Los informes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos incluyen testimonios de sobrevivientes del hundimiento del remolcador 13 de Marzo por unidades navales de la policía cubana, que utilizaron mangueras de alta presión para hacer naufragar la embarcación. En aquella masacre perecieron 41 cubanos -hombres, mujeres y niños-, mientras gritaban, incluyendo los niños: "Nos rendimos, no echen más agua, hay niños". El Gobierno nunca se molestó en recuperar los cadáveres.
No promueven el odio los cubanos de la diáspora, que envían millones de dólares en remesas a sus familias hambrientas debido al bloqueo interno que prohíbe a los campesinos criar y vender sus pollos, cultivar arroz y frijoles y venderlos a la población. En cuanto al bloqueo yanqui, Cuba gasta cientos de millones de dólares en pollos congelados, medicinas y vegetales en EE UU, pero el barco no sale del puerto hasta que el pago haya sido recibido. Estados Unidos no es el único país que lo hace. El Gobierno cubano teme que los campesinos, que pudiesen abastecer a la población, adquieran poder económico y por ello mantiene a los cubanos en la miseria antes que liberar la capacidad de producción del país.
Lo que quiere la Plaza de la Revolución son créditos de EE UU, en cuyo caso los estadounidenses se incorporarían a la larga cola de acreedores que, con la esperanza de que les paguen algo, han perdonado al régimen miles de millones adeudados.
En el Congreso de Washington hay una mayoría de demócratas y republicanos que vieron que las buenas intenciones del presidente Obama no consiguieron las reformas esperadas. Ellos saben de los miles de soldados cubanos que en la actualidad reprimen al pueblo venezolano, y de los especialistas en torturas que envía La Habana a Venezuela. Y si de odio se trata, no fue un líder exiliado el que llamó gusanos y escoria a los que solo querían huir de la opresión, ni el que dijo "que se vayan, no los queremos, no los necesitamos", ni el que incitó a las turbas a gritar "paredón", o el que hoy moviliza a las brigadas de respuesta rápida a propinar golpizas a las Damas de Blanco o a los activistas de la Unpacu.
En la Isla, no son solo los disidentes los que quieren un cambio. Millones de cubanos sin poder aborrecen "la continuidad". Y como me dijo Havel en Praga una vez: "Un día descubrirán el poder que tienen".