Por Alfredo Cepero
El vandalismo y la destrucción perpetrados el día 6 de enero por turbas enardecidas en el Capitolio de Washington no pueden ser tolerados en la nación que fue la primera y sigue siendo la mayor democracia del mundo. Como conservador y partidario de Donald Trump condeno enérgicamente el terrorismo venga de donde venga y sea efectuado por quien sea. Eso es lo que nos distingue a nosotros de una izquierda vitriólica y un periodismo parcializado que condena el menor desliz de la derecha mientras cierra los ojos ante el terrorismo de la izquierda. Nosotros tenemos principios, ellos tienen objetivos que alcanzan sin pudor ni vergüenza porque, para esta gentuza, "el fin justifica los medios".
Pero los desórdenes del pasado 6 de enero no se produjeron por generación espontánea. Fueron infiltrados y liderados por los terroristas de Antifa y de Black Lives Matter. Según un agente del FBI destacado en los terrenos del Capitolio un ómnibus lleno de miembros de Antifa se unió a la manifestación de los partidarios de Trump. Esto es confirmado por la presencia de personas vestidas de negro, portando cascos protectores en la cabeza y mochilas en la espalda. Este no es el atuendo de personas que desean participar en una manifestación pacífica. No sería exagerado decir que, esta vez, los enemigos de Donald Trump le dieron un "jaque mate".
Fueron además la consecuencia inescapable de la tortura y el ensañamiento a que ha sido sometido el Presidente Trump desde el principio de su período de gobierno. Tan temprano como el cinco de enero de 2017 el sinuoso y malévolo Barack Obama se reunió en la Casa Blanca con un puñado de sus apandillados− incluyendo a su corrupto vicepresidente Biden− para dar comienzo a la resistencia sucia contra Donald Trump. Una transición dominada por la venganza y muy diferente a la pacífica que ellos piden ahora para el fantasma del sótano que nos han impuesto por la intimidación y por la trampa.
En estos cuatro años alucinantes Trump ha sido acusado de ser un instrumento de Vladimir Putin, sometido a dos juicios políticos e investigado durante más de tres años por una comisión presidida por Robert Mueller. Una comisión que fue integrada por docenas de abogados partidarios de Hillary Clinton y agentes del FBI de James Comie con un costo de 30 millones de dólares de los contribuyentes americanos. Al final Donald Trump fue totalmente exonerado de todos sus cargos. En un artículo titulado: "Trump solo contra el mundo", escrito el 21 de octubre del año pasado, afirmé: "Es inconcebible que después de una investigación de tres años y una exoneración por parte de Robert Mueller, todavía estos bolcheviques acusen a Trump de ser un instrumento de Putin"
Aliados de esos bolcheviques son los miembros de la prensa complaciente con la izquierda fanática. Los desórdenes de este 6 de enero fueron transmitidos profusamente y condenado con adjetivos virulentos por la gran prensa del país. Para no quedarse atrás, Twitter tuvo la osadía de cerrar indefinidamente la cuenta del Presidente de los Estados Unidos. En chocante contraste, esta prensa podrida ignoró en gran medida los desafueros de los terroristas financiados por los Soros, los Bezos, los Bloomberg y los Gates.
Entre ellos, el incendio de la Iglesia Episcopal de St John, a unos pasos de la Casa Blanca, la demolición de monumentos en memoria de los padres de la patria americana, la creación de las llamadas "zonas autónomas" en Portland y Seattle, donde los terroristas campean por su respeto. La camarada alcaldesa de la ciudad de Washington tuvo la osadía de mandar a pintar en la calle un letrero de Black Lives Matter frente a la misma Casa Blanca. Y lo más inaudito, organizaciones noticiosas como CNN, The New York Times y The Washington Post han llegado al descaro de calificar estas marchas no sólo de pacíficas sino de justificadas.
Por otra parte, es importante que, en medio de todas esta algarabía y desorden, tengamos el coraje de identificar este terrorismo doméstico como una cosecha del odio sembrado por la izquierda que se ha apoderado del Partido Demócrata en los últimos cuatro años. Una izquierda empeñada en cambiar y hasta en destruir las instituciones democráticas que han hecho de esta nación la admiración y la envidia del mundo.
Es al mismo tiempo importante reconocer que una de las características de los seres humanos es el deseo de cambiar a sus gobernantes cada cierto período de tiempo. Porque todos sabemos que el poder absoluto por tiempo prolongado conduce inevitablemente a la tiranía.
El cambio al cual hago referencia se produce la mayor parte de las veces de dos maneras radicalmente diferente. Por el procedimiento pacífico de los votos o el estallido violento de las balas. Cuando los ciudadanos pierden confianza en los votos recurren casi siempre a las balas. Este es el tiro de gracia de la democracia y el final de la convivencia civilizada. En este momento, 74 millones o quizás hasta 80 millones de americanos, si tomamos en cuenta los votos robados a Trump y adjudicados a Biden, han perdido la confianza en los procesos electorales. Ha llegado la hora de que nuestros políticos se pongan a trabajar y se ganen el sueldo.
Resulta inaplazable la creación de una ley electoral justa, equilibrada y transparente que sea aplicada por igual a todos los ciudadanos de este país. Estoy seguro de que la mayoría de los miembros de ambos partidos participarían en su redacción y le darían su aprobación. La minoría de forajidos que perpetró el fraude de las últimas elecciones no tendría otra opción que aceptarla o ser excluidos del proceso político.
Aunque no presumo de ser un experto en asuntos electorales, me considero con el derecho ciudadano de ofrecer algunas ideas sobre un proyecto de ley que devuelva la paz a esta sociedad convulsionada por el odio. Yo empezaría por crear una tarjeta de identificación para todos los ciudadanos que pretendan ejercer y tengan derecho al voto en los Estados Unidos. Limitaría a un período de 24 horas la votación en todas sus formas. Eliminaría la llamada "cosecha de votos" en que activistas políticos sirven de intermediarios entre el votante y las urnas de vocación.
Además, pondría fin al llamado "voto por correo" a través de los cuales personas ficticias, muertas o residentes fuera del estado ejercen ilegalmente un derecho que no les pertenece. Y finalmente, pondría estrictas condiciones a las llamadas "boletas ausentes" de personas discapacitadas cuyas dolencias les impiden asistir a los colegios electorales. Como diría Manolito, el borracho de mi pueblo, "se acabó el relajo".
Concluyo estas notas regresando a Donald Trump. En estos días he contemplado con una considerable dosis de asco la euforia de los enemigos del presidente en ambos partidos y en la prensa desprestigiada de la izquierda. Les auguro que la alegría les va durar muy poco tiempo. En uno de mis artículos califiqué a Trump de "El guerrero que nunca se rinde". Por eso estoy convencido de que ya comenzó a organizar sus campañas políticas de 2022 y 2024.
Vaticino que en 2022 el "trumpismo republicano"−porque el republicano tradicional ya dejó de existir− ganará la mayoría de los escaños en la Cámara de Representantes y en el Senado. Y en 2024, Donald Trump ganará la presidencia si aspira al cargo. Y si no aspira, el candidato que él apoye será el postulado por el partido. Porque no hay político en este país que cuente con el apoyo de millones de partidarios incondicionales. Estoy convencido de que ni su líder los abandonara ni ellos dejarán de seguirlo.
Como para que no quepan dudas del camino que ha de tomar, días antes de concluir su mandato, Donald Trump declaró: "Siempre he dicho que continuaré la lucha para asegurar de que sean contados solamente los votos legales". Y concluyó diciendo: "Aunque esto representa el final del primer período más grande de nuestra historia presidencial, es solamente el comienzo de nuestra lucha por "hacer grande de nuevo a nuestra América".
Por José Azel
Últimas noticias: ¡Grandes celebraciones callejeras en México en aprobación del nombramiento de Roberta Jacobson como embajadora de Estados Unidos! ¡El presidente Peña Nieto anticipa que después de la primera ronda de negociaciones con Estados Unidos, California volverá a México!
La broma que circula en las redes sociales es, por supuesto, injusta para la Sra. Jacobson, que sirve para el placer del presidente. Pero ilustra el escepticismo actual con respecto a la estrategia de negociación de Estados Unidos en todo el mundo.
En negociaciones recientes con Cuba, encabezadas por la Sra. Jacobson, Estados Unidos parece haber renunciado incondicionalmente a la mayoría de las fichas de negociación sin ninguna concesión significativa por parte del régimen de Castro. En las negociaciones mucho más importantes desde el punto de vista geopolítico con Irán, encabezadas por el secretario de Estado Kerry, algunas demandas clave de Estados Unidos parecen haber sido descartadas para gran preocupación de nuestros aliados. Y, como nos habría recordado la experta en política exterior, la Dra. Jeane Kirkpatrick: "El personal es política".
Para ser justos, las negociaciones son un trabajo en proceso, pero siempre están profundamente influenciadas por la percepción que tiene el adversario de nuestros valores, objetivos y motivaciones. ¿Qué representamos? ¿Qué queremos? ¿Por qué lo queremos?
Sí, debemos estar dispuestos a hablar con nuestros adversarios. Aislar a los adversarios, incluso a aquellos que cruzan la línea clasificatoria de adversarios a enemigos -como indudablemente hacen los regímenes de Cuba e Irán- no siempre es una estrategia ganadora.
Con el perdón de Shakespeare, hablar o no hablar no es la cuestión. La mejor pregunta es: ¿Qué comunicamos con nuestras posiciones y acciones cuando aceptamos hablar? ¿Transmitimos firmemente nuestros valores y objetivos, o buscamos adaptarnos a los valores y objetivos de nuestros adversarios? La estrategia de negociación de la administración parece estar fuertemente inclinada hacia la acomodación.
En su libro más vendido de 1981, "Getting to Yes: Negotiating Agreement Without Ceder In",Los autores Roger Fisher y William Ury describen un método de negociación que denominan "negociación basada en principios o negociación de méritos". Un elemento clave de su método, que se centra en la psicología de la negociación, es determinar qué necesidades son fijas y qué necesidades son flexibles para los negociadores.
En cuanto a la primera pregunta de: ¿Qué representamos? Nuestros valores fundamentales están magníficamente "fijados" en la Declaración de Independencia:
Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para asegurar estos derechos, Los gobiernos se instituyen entre los hombres, derivando sus poderes justos del consentimiento de los gobernados, que siempre que cualquier forma de gobierno se vuelva destructiva de estos fines, es el derecho del pueblo alterarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno. ...
Si estos son nuestros valores “fijos”, ¿sobre qué base reconciliamos regímenes represivos acomodaticios que suprimen las libertades de sus ciudadanos y no derivan sus poderes del consentimiento de los gobernados? ¿Estos valores se han vuelto maleables y flexibles en nuestras negociaciones? El relativismo de valores, en interés del pragmatismo político, puede detectarse en el centro de nuestra estrategia de negociación.
En cuanto a la segunda pregunta de: ¿Qué queremos? No le hemos exigido mucho al régimen cubano; ciertamente, no hemos exigido nada que tenga que ver con nuestras creencias fundamentales en lo que respecta al pueblo cubano. Y nuestras demandas de Irán con respecto a sus capacidades nucleares parecen ser bastante maleables.
Lo que nos lleva a la tercera pregunta: ¿Por qué lo queremos? Normalmente, esta sería la pregunta más fácil de responder. Si nuestras demandas están ligadas a nuestras creencias fundamentales, la respuesta sería simplemente, porque eso es en lo que creemos. Pero cuando emprendemos negociaciones divorciadas de nuestros valores nacionales fundamentales, la respuesta en cuanto a la motivación se vuelve confusa y se notará.
Ciertamente Cuba e Irán han captado la ambivalencia (mi término más cortés) en nuestros valores de negociación y han endurecido sus posiciones negociadoras. Nuestros adversarios y aliados de todo el mundo también se han dado cuenta.
Si llegamos a creer que nuestros valores fundamentales son herramientas flexibles de negociación, es una evaluación que daña profundamente nuestra psique nacional. En términos de relaciones internacionales, el presidente mexicano Peña Nieto también puede exigir el regreso de Texas.
Aunque la jefatura del estado cubano este a cargo de otra persona es indiscutible que el régimen sigue conduciéndose de la misma manera que lo hicieron sus fundadores más sectarios y extremistas, Fidel y Raúl Castro, Ernesto “Che” Guevara, José Ramón Machado Ventura y Ramiro Valdés.
Cada uno de estos personajes, a su manera, impuso su sello personal en sus gestiones de gobierno y aunque sin dudas, los hermanos Castro son los de mayor legado, no por lo extenso de su prontuario criminal podemos olvidar a quienes con la suma de sus maldades han hecho posible una tiranía de 62 años, como ocurre en la actualidad con Miguel Díaz Canel, Luis Alberto Rodríguez López Calleja y muchos más, sin exceptuar un sector de la población que no ha dudado de actuar gustosamente como perros rabiosos cuando le han dado la orden.
En el caso de Venezuela algunos parecen haber olvidado, como consecuencia de la ineptitud de Nicolás Maduro, que el principal promotor del desastre fue Hugo Chávez quién le traspasó a Fidel Castro la soberanía venezolana tal y como hiciera el caudillo insular cuando decidió transformar a Cuba en una satrapía soviética.
Este golpista, por sus ansias del poder, destruyó la democracia en su país y estableció las bases para la instauración de una dictadura ideológica de trágicas consecuencias para la nación sudamericana.
Chávez, también contó con sicarios eficientes, entre los que destacan Diosdado Cabello y Nicolás Maduro, sin que se puedan olvidar otros como José Vicente Rangel, Jorge Rodríguez, el general Vladimir Padrino López y el inefable Tareck el Aissami, todos, al igual que en el caso cubano, son culpables de la destrucción de la nación.
El resultado del trabajo colectivo de estos apocalípticos sujetos ha sido devastador en los aspectos políticos, económicos y sociales para ambas naciones, pero donde más destructiva han resultado sus gestiones es en los otrora ciudadanos hoy transformados en masas subyugadas por la nomenclatura, razón por la cual estos regímenes y sus funcionarios merecen severas sanciones de parte de todos los gobiernos democráticos y de todas las instancias internacionales.
Si los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua, otro país que no debemos olvidar, violan de manera sistemática los derechos de sus ciudadanos al involucrarse en el tráfico de personas, al auspiciar todas las actividades asociadas al narcotráfico y como colofón se alían con estados considerados terroristas a la vez que ellos también patrocinan ese tipo de violencia, merecen ser aislados de la comunidad internacional y excluidos, gobiernos y funcionarios, de cualquier eventual beneficio o consideración de ayuda o reconocimiento.
Las actuaciones de estos gobernantes repercuten negativamente en la población mucho más que lo que puedan afectarle las medidas punitivas que procedan del exterior y sino preguntémonos, quienes arruinaron la industria petrolera venezolana y la azucarera cubana, acaso, ¿fueron los supuestos bloqueos y los embargos?, o las decisiones de funcionarios ineptos y corruptos que juegan negligentemente con los bienes de la nación.
Cuba y Venezuela se encuentra en la ruina económica por el dogmatismo de sus funcionarios, en particular de sus líderes quienes dictan constantemente medidas que coartan los derechos ciudadanos que a la vez impiden que la población alcance la natural independencia económica del estado.
Las limitaciones de acceso a la información, las restricciones de viaje a la ciudadanía, el siempre nutrido presidio político, el flujo permanente de personas que deciden abandonar el país en busca de una vida mejor, a veces con independencia de sus simpatías políticas, y como colofón, el establecimiento de reglas que prácticamente lo prohíben todo asfixiando al ciudadano, son actuaciones soberanas de los gobernantes y no consecuencia de actuaciones de naciones extranjeras o de los que desde el exilio enfrentan a los regímenes opresores.
Clamar por el fin de las dictaduras y luchar contra estas es un derecho inalienable que lamentablemente puede repercutir negativamente en personas inocentes, pero no por eso se debe responsabilizar a las víctimas y exonerar a los verdugos, nunca las víctimas y sus victimarios comparten responsabilidades.